Candy pasó esa noche entre dulces sueños y recuerdos muy bellos. El pobre Albert había tenido que irse a dormir al sofá, pues ella ocupó su cama. Y velando sus sueños sus animales y él más tarde, cuando entró y la comenzó a observar durmiendo.
"Qué bella es mi Candy y que mucho ha madurado. Quizás ahora podamos..."
Un ruido interrumpió sus pensamientos. Cuando salió del cuarto, se encontró con Pouppét rayando la puerta para salir.
"Qué te pasa Pouppét. Es tarde para andar solita por el bosque".
Algo pasaba afuera, y el ruido aumentaba en intensidad, lo que despertó a su amada mascotita. Albert entonces decidió apagar todas las luces y observar desde la ventana. Vio pasar a caballo a la guardia de Lakewood. ¿Qué harían allí? Al menos siguieron de largo, pero eso le preocupó. La realidad es que ellos todavía no sabían quién era él y se cuidaba, cuando estaba en la villa, de que no lo vieran. Y hasta que se revelara su identidad, no podía arriesgarse. Para suerte, siguieron, de nuevo, de largo, y Pouppét se tranquilizó.
"Mi pequeña Pouppét, tenemos que guardarnos un poco más. Pero no te preocupes por nada. Todo está apagado y ellos siguieron de largo. De verdad dudo que toquen nuestra puerta".
Albert regresó a su habitación a seguir vigilando el sueño de su niña. Al rato, se quedó dormido profundo. No era de dormir tan bien, pero con ella allí y sin más secretos entre ellos, al menos no tan importantes, entró en los recónditos parajes del sueño y descansó, por fin. Ni siquiera le preocupaba lo que había pasado con ella anteriormente, aunque de algún modo pensó que ella podría devolverlo a la verdad de su último secreto, ese que todavía no se sentía seguro para revelarle.
La realidad es que algo le impedía abrir su corazón con ese secreto que guardaba en el alma. No, ya no era ese jovencito tan parecido a Anthony y que su recuerdo ella atesoraba. Él había visto cómo su amistad había crecido en esos años que compartieron juntos. No hubiera sido raro que todos los recuerdos de un pasado tan trágico convirtieran a Albert en el único ser que no tan sólo estaba para ella, sino que podía amar sin impedimentos. Pero una cosa era Albert sin memoria y otra cosa era William, su alter ego. ¿Podría ella compartirlo todo con él?
Al otro día, él se despertó primero, aún con todas estas cosas en mente.
"Mi chiquilla dormilona", pensó mientras la observaba bien. "Nadie me hace sentir tan bien. Ojalá sintieras lo que yo siento, y mi felicidad sería más completa. ¿Será que...?", no, no pudo completar su pensamiento sobre la posibilidad de que fuera cierto eso que no sabía tan bien.
La verdad es que el hecho de que estuviera allí, con él, era muy buena señal, pero el peso de todas las verdades que había descubierto de golpe, probablemente la confundieran más que nada, así que mejor dejar eso que quería saber para después.
Albert se levantó, fue al baño y se lavó la cara. Luego siguió hasta la cocinilla, y preparó el desayuno. Media hora después, Candy se levantó. Lucía muy sensual con la camisa improvisada de Albert para ajustarse a su figura. La deseó en lo profundo, pero se controló de inmediato.
"¿Ya está seca la ropa?".
"Creo que sí", dijo con voz ahogada. "No he ido. Por cierto, fue buena idea tender atrás de la cabaña. Por la noche pasó la guardia de Lakewood, y si veían nuestras prendas, hubieran sabido que estábamos aquí".
"¿Ellos no saben aún quién eres?"
"No, Candy. Recuerda que no me he presentado. Eres la primera que me conoce como William", le dijo sonriendo. "Probablemente pasaron de casualidad. En ocasiones lo hacían cuando decidí hace años mudarme para acá. Por eso me descubrieron y me sacaron violentamente".
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...