No me dejó alternativa Cap. 11

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Quince minutos, sin embargo, se convirtieron en media hora muy rápido. Pero qué haría. No podía encontrar el boticario y pronto tendría que regresar. De pronto, sin darse cuenta, pasó frente a una pequeña barra, donde un apuesto joven estaba sentado bebiendo una cerveza frente a un gran ventanal. La realidad es que William ese día había terminado un día intenso de negocios, y había tenido que batirse a golpes por el chico que se suponía que protegiera hacía unas cuantas horas.

Ya tenía la costumbre de vigilar de cerca el Colegio. De hecho, esa barrita pequeña estaba al girar la calle, así que no era casualidad que Candy pasara por allí de regreso. Lo que sí fue casualidad fue que, de pronto, pasara por ahí a esas horas, y que el joven sentado la viera. Rápidamente se puso de pie y pagó por su bebida. Salió, y ya para entonces, Candy había virado la siguiente esquina. Entonces comenzó a llamarla a viva voz. La emoción no se pudo esperar. Candy había crecido en ese tiempo en que no la había visto. Estaba hermosa, así que no dejaría pasar la oportunidad.

Candy de pronto paró sus pasos y aunque sintió un poco de nerviosismo, le dijo a esa voz invisible que de pronto se le hizo familiar, pero que no había forma de que estuviera en Londres, estas palabras:

"Qué... No, no. No tengo amigos en Londres, así que bájele a la confiancita", hizo el énfasis para que el malandrín, si lo era, no se atreviera a acercarse.

"Soy yo, Candy", dijo girando en ese momento la misma esquina que ella segundos antes.

La joven dio unos pasos atrás, pensando correr la distancia que le quedaba al Colegio, pero él la detuvo, de nuevo con su voz. Además, le había dicho Candy. Ni hermosa, ni joven, como le habían dicho antes. Cuando se giró, vio a un elegante joven, con sus gafas en la cabeza, y una hermosa sonrisa y lo reconoció de inmediato.

"Albert", de pronto dijo, toda emocionada, y a las carreras, fue hacia sus brazos abiertos. Él la giró como si fuera un carrusel, y ella respondió con lágrimas y risas. "Jamás pensé que lo vería aquí. Pero qué pasó con su barba y bigote. Se ve hasta más joven".

"Bueno, pero lo primero, primero. Por qué estás llorando".

"Es de la emoción de verlo, Sr. Albert".

"Candy, dejemos eso de señor. Somos amigos desde hace tiempo. Y sí, estoy aquí, en Londres. Estoy trabajando en un zoológico que se llama Blue River. De hecho, tuve que dejar mis barbas y bigotes para poder pasar la entrevista de trabajo. Es que, como dices, me hacían lucir más viejo. No lo soy tanto como para perder la oportunidad. Estoy lejos de los 30 aún".

"Sí, es cierto. Luce usted más joven..."

"Bueno, pero ahora deja de llorar, y deja eso de usted. Recuerda que eres mucho más linda cuando ríes, mi pequeña, no lo olvides".

Candy, con ese comentario, abrió los ojos de par en par, y parpadeó rápido en reconocimiento.

"Candy, qué pasa", preguntó él con una sonrisa de lado.

Él sabía lo que le había dicho, y no sólo eso, había corroborado en ese instante que para ella ese primer encuentro en la colina había significado tanto como para él.

"Sr. Albert, perdone. Me acordé de algo muy, muy lindo. Nada, no es nada", interrumpió y luego continuó con otra cosa. "Me fui del colegio porque tengo un amigo herido y necesito encontrar una farmacia. La farmacia...", de pronto recordó ella.

"Ven, sígueme. Sé dónde hay una...pero, qué pasó. Yo también tuve un herido hoy", le dijo haciéndose el nuevo. Él muy bien sabía a donde había llevado a ese amigo herido.

Luego de que Candy comprara todo lo que necesitaba, le pidió a él que la acompañara de vuelta. Era corto el camino de regreso, pero aprovechó para hablar un poco más con él.

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