Qué había escuchado cuando llegaba al Magnolia. Sí, sabía que los vecinos ya sospechaban de él, pero ese ultimátum que la casera le había dado a Candy en el preciso momento en que llegaba, según él, a decirle parte de la verdad, en qué mal momento ocurrió. Sí, ya Georges le había advertido que algo terrible podía ocurrir si no le decía algo que sonara a verdad a Candy. Ahora había alcanzado un callejón sin salida del que no saldría tan fácil. Ya era tarde; o era todo o nada.
El frío era tan tenaz como el día en que ella se había ido a NY más de dos años antes, pero aún así, andaba con el auto sustituto del destruido el día de la hazaña de Neil, descapotado y los pensamientos lo alejaban de él. "Todo hubiera sido más sencillo si este pobre Albert no recuperaba la memoria. Nos hubiéramos ido al Registro Civil y ya ella sería mía. Pero ahora todo se complicaba, porque ya no era Albert, sino William el que tenía el problema. Aparte, no es lo que ella hubiera querido. Tengo que encontrar a Terry. No puedo ser tan egoísta. Ella todavía suspira por él".
Todo esto lo pensaba mientras unas lágrimas silvestres se le asomaban fríamente al rostro. Tenía que ir allá, a su apartamento en la ciudad. Ya se había acabado la charada. Tendría que dejar a Candy. Eso lo hacía tiritar más que el frío helado. Tenía que pensar bien las cosas. No podía dejarla abandonada sin explicación. Eso lo haría más tarde, muy tarde. Demasiado tarde...
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"Por eso salí de allí, Georges".
"Ya te lo había advertido. Recapacitaste tarde. Ahora lo único que te queda es decirle la verdad".
"No, Georges. Lo único que me queda es devolverle lo que le quité".
Georges miró el cognac del que sólo había bebido un sorbo.
"¿Puedo?"
"Claro, amigo".
Y Georges se lo bebió de una tomada.
"Eres un tonto, ¿sabes?", le dijo luego de recomponerse de la bebida, que lo había dejado con algún ahogo.
"No. Es lo único que puedo regalarle".
No, no podía debatirle nada a William. Todo lo que él había vivido con ella no bastaba. Ella tenía un cargo de conciencia terrible con el Sr. Terry que lo confundía a él al pensar que todavía lo amaba. Ese diario que él continuaba leyendo día a día sólo contribuía con su estupor.
"Siempre quise que fuera feliz, y hubiera dado lo que sea porque lo fuera conmigo".
"William, estás equivocado, hijo. Tienes que recapacitar".
"Ella dejó esa historia incompleta, Georges. Hay que terminarla, porque de otro modo, todo esto sería como vivir con ese fantasma".
Sí, así era, en ese sentido tenía razón. Ese fantasma era obvio que estaba entre ellos, y no los dejaba amarse libremente. Peor, si bien le daba la razón con el asunto de los fantasmas del pasado, por otro lado, sentía que aún lo que resultara de enterrar a sus muertos, él continuaría dudando de los sentimientos de ella. Por qué lo hacía, siempre me pregunté.
Claro, un amor a medias no era lo que el hombre que perdió a su madre, padre y hermana quería. Él quiso darle todo a esa niña, pero nunca pensó que lo que no le brindó satisfacción a él, no lo haría a ella tampoco. Pero no se equivocaba; darle todo era lo que le había dado, porque ella también le dio a él lo que necesitaba. Por eso es que los dos, no sólo él, se amaban con total entrega.
El único asunto pendiente era el de revelarle su verdadera identidad. Él sentía pánico de revelarle esa verdad, porque pensaba que ella no lo querría como William. Yo, no, yo nunca pensé eso. Quizás ella sentiría coraje y frustración en principio, pero nunca dudé que lo amara con la misma intensidad que lo hacía él. Era un miedo tan infundado el suyo con ella como todos los temores en su vida.
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...