Albert, más temprano, había recibido la sorpresa de su vida. La tarde anterior, luego de esa última charla de la tía con Candy, ella se había refugiado en la habitación del ala este, sin comer, dormir o hablar con nadie. La tía le había recomendado en la tarde que dejara que Candy se desahogara, que necesitaba ese espacio y que esperara. Esperar fue encontrar que ella se había ido de allí antes de que él pudiera decirle algo. Pero lo que dejó, fue incluso mejor que cualquier palabra que le pudiera haber dicho.
La tía le pasó la carta que Candy le había dejado antes de salir de la mansión. Y él la tomó y la leyó y la releyó, porque no podía creer lo que veían sus ojos.
"No lo puedo creer", comentó William dejando caer la carta de la tía al suelo luego de leerla.
"Me parece que ya te lo había dicho. Eso que le mencioné sobre la tutoría y yo hacerme cargo para que pudieras formar un hogar ayer fue la gota que derramó la copa. Candice no hubiera tolerado verte casado con otra mujer. No quisiste escucharnos ni a Georges, ni a mí cuando te lo decíamos. Estábamos seguros de que ella llevaba esa carga muy pesada encima, con la otra, que para suerte, ya soltó. Ahora vas tú, amado sobrino".
Luego de secarse unas cuantas lágrimas, estaba que saltaba y brincaba de la felicidad. Con todo lo que había pasado con ella, siempre le quedó alguna duda sobre lo que ella sentía, y ahora, ya no tenía ninguna.
"No lo puedo creer. Tía, ¿sabe lo que esto significa?", le preguntó todavía presa de la emoción.
"Sí, lo sé, pero lo que no es que harás con ese conocimiento que ahora tienes".
"Tengo un as debajo de la manga hace mucho tiempo, bueno, dos. Pero para poder jugarlos, necesito irme para Lakewood. Voy a llamar a Roger, si me lo permite, para que se encargue del corporativo mientras Georges y yo nos vamos para allá"
La tía se quitó la máscara de sorpresa para mostrarle una sonrisa. De pronto, también sentía que se había quitado un peso de encima. Comenzaba a ver a Candy de otra manera, y más allá de lo que había hecho por su sobrino, más aún con la confianza que había tenido con ella para confesarle esa última verdad. También se dio cuenta de que esa chica les había cambiado la vida a todos, y que, por poco, por mal juzgarla, les hubiera robado la felicidad a todos. Sentía paz con este descubrimiento, y no sería de ocultarle más lo que sentía a su sobrino, incluyendo en otros temas con los que anteriormente habían tenido encontronazos, como lo de Roger.
"Pues por mí, si pueden adelantar los pendientes de la semana, no tengo problemas. Y tampoco tengo problema con que Roger se haga cargo de nuestros asuntos pendientes acá. Quizás Archibald pueda aprovechar el tiempo con él e irse ajustando al trabajo en el corporativo cuando terminen las clases. Por cierto, los acompañaría a ti y a Georges, pero tengo que descansar, y el viaje es extremadamente largo".
"Sí, y además vamos en coche, no en tren. Descanse y no se preocupe. La mantendremos informada", terminó él y se disponía a salir para hablar con Georges, a toda prisa, sin pensar ni analizar, luego de darle un beso a su tía en la mejilla.
"Antes de que te vayas, ¿ya pensaste lo que te dije de la tutoría de Candice?", lo detuvo a dos pasos de salir.
Albert se puso de nuevo muy serio con eso, como que no quería pensarlo al momento. No era un tema que quería tratar, como algo que le haría perder el contacto que le quedaba con Candy, aún la promesa de esa carta que ella había dejado. En ese momento, él no sabía si algo quedaría al entregarle a la tía esa tutoría, pero también sabía que, si quería avanzar con ella, era lo único que podía hacer. Y la tía no lo iba a dejar tranquilo con ese asunto.
"Antes del negocio de Brasil quiero que trabajes con eso. Vamos, William, no me hagas esa cara. Sabes que tenemos que preparar a Candice para su nuevo rol".
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...