William, de nuevo, no dejó el asunto de lado. A la semana siguiente, Candy caminaba por Rockstown con un dibujo-retrato que le había hecho Dr. Martin. Fue una extraña sensación cuando terminó su propio boceto darse cuenta de que no se parecía en nada a él, con unos inconfundibles trazos infantiles. Para suerte, sin embargo, Dr. Martin era mejor dibujante que ella. Ese día llevaba puesto un abrigo de primavera que sinceramente era insuficiente para el frío que hacía, y ella lo sabía. El frío de febrero aún se le colaba y le cortaba la piel. Pero ella quería que Albert supiera que era lo más importante para ella, que no importaba el frío o la distancia, ella estaba dispuesta a seguirlo. Candy, qué chica más inocente. Con razón William la amaba tanto. Ninguno de los dos tenía malicia alguna. (Por cierto, el boceto que había hecho ahora se encuentra enmarcado en las oficinas centrales del Banco de Chicago y más de un cliente disfruta de la historia de cómo la persona más importante de su vida lo había dibujado con el corazón).
Pero regresando a nuestra historia, muchas ideas habían pasado por su mente, incluyendo que Albert había descubierto, cuando recuperó la memoria, que tenía una familia que lo esperaba. Le hubiera dolido saber que tenía esposa, pero siendo que ese regalo había llegado con un "pienso en ti", eso fue suficiente para descartar la idea de plano. De pronto pensó que en ese pueblito era que vivía él, y que debía buscarlo y quedarse con él, si eso era lo que él quería. No, no tenía dudas. Lo amaba y nada hubiera sido impedimento para ella.
Para él, sin embargo, era una forma de comprobar lo que sus sentidos le decían: que ella quería verlo, y también saber si el fantasma en medio era Terry o era él. Lo que hizo fue bastante cuestionable: le envió ese mismo abrigo de primavera que llevaba puesto con el sello postal de Rockstown. Él sospechaba que al ver la dirección de donde se lo había enviado, no tardaría en dirigirse hacia allá, lo que hizo. Eso debió ser clave, pero también tenía la segunda intención de saber si, de algún modo, ayudaba a Terry sin olvidar su promesa a Susanna Marlowe o si dejaba todo por irse con él. Ese era su miedo. Pero vivir con la duda a cuestas de que fuera la segunda opción, eso no lo dejaba ni dormir bien.
Candy había llegado a las 4 p.m., y desde la misma estación comenzó a preguntar. Las personas no conocían a Albert allí, lo que era raro en pueblo pequeño, pero después pensó que quizás él caminaba. O a lo mejor usaba el coche que tenía antes de irse del Magnolia. Si bien era de pensar que el abrigo que le había enviado era bastante fino, de pronto recordó lo derrochador que se había vuelto en los últimos meses que estuvo con ella. Quizás ya había recuperado la memoria y sabía que tenía algún dinero. Por cierto, le había mentido al decirle que estaba recibiendo una buena paga de su puesto de cuidador de animales en el Zoológico de Chicago, así que era probable que tuviera un negocio familiar y de ahí procediera su dinero. Ahora que lo pensaba bien, en esos tiempos Albert viajaba, así que imaginó que era a ese pueblo. Tendría que buscarlo, pero por lo pronto, lo mejor era que se quedara en el hotel que había visto cuando llegó y luego trazar un plan para al otro día completar la jornada. No se fijó que un poco más allá del hotel, en una callecita al frente hacia la izquierda estaba el teatrillo del pueblo. Sencillamente la idea de encontrar a Albert era más fuerte que estar pendiente de cualquier otra cosa.
Candy hizo una corta cena, y se fue a su pequeña habitación, y para pagar, por fin se le dio lo de usar el dinero que el mismo Albert le había dejado cuando se fue del Magnolia. Porque el sobre que lo guardaba estaba en una gaveta de la cómoda que no se dignó abrir hasta que decidió comprar el boleto de ida a la ciudad. Sí, porque pensaba que una vez que encontrara a Albert, si él quería quedarse allí, ella también se quedaría con él. Cruzó camino con cierta dama que por un momento se giró cuando la vio salir, pero no, no era posible, pensó ella. "Esa no puede ser Candy, pero mira cómo se le parece". Y no le dio más importancia, ya que su misión, esa misión que llevaba entre ceja y ceja, no permitía ninguna otra distracción. Cada cuál siguió su rumbo pensando en sus propios haberes.
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...