Candy había decidido darse un delicioso baño de tina. La verdad es que no se sentía tan bien, pero necesitaba aplacar sus nervios y no se le ocurrió mejor manera. Estaba sola allí, no había ruido, nadie la molestaría porque nadie sabía que estaba allí. De pronto, oyó que alguien abría la puerta y la cerraba segundos después, y se sintió un poco expuesta.
"¿Hay alguien ahí?", preguntó, pero no recibió respuesta.
Decidió entonces salir de la tina, secarse levemente y ponerse una bata. Cuando salió se dio cuenta de que no había nadie. "Qué raro", pero de pronto vio un gran sobre en la cama. Cuando lo abrió, encontró una nota de la tía Elroy disculpándose de que no estaría en la cena en la tarde. Aparentemente el doctor le había recomendado reposo al enfrentar una súbita subida de presión. Quizás debía ofrecerle su ayuda y así acumular unos puntos con ella. Se lo comentaría en la cena entonces a Albert. Pero ¿aceptaría su ayuda la tía después de tantos episodios contrarios entre ellas?
Así se le pasó, debatiéndose entre el sí y el no, hasta que llegó la hora de cenar. Entonces abrió el ropero y para su sorpresa, había una variedad de ajuares con sus accesorios, todos de su tamaño. Candy no pudo evitar sentirse aborchonada, como siempre que se trataba de algo de Albert. Ese hombre de verdad que la conocía demasiado bien. Era innegable que no sólo era cuestión de tamaños y ajustes, sino que conocía también sus gustos, y aunque eran conjuntos finos, eran precisamente los que hubiera escogido ella si hubiera tenido la oportunidad. Cómo era que él la conocía tanto. Sí, recordó la vez que se quedó a dormir en la cabaña de caza con él de niña, y cómo le había contado toda su vida con una facilidad que ni a Annie, a quien consideraba su hermana. Algo siempre la había unido a él. Ella no entendía cuál era la conexión, pero indudablemente la había y profunda.
De pronto, tocó sus dos amuletos. Cuánto daría por que Albert fuera su príncipe. Pero no, si lo fuera, ya le hubiera dicho, se repetía una y otra vez. Las cosas entre ellos, aunque en buenos términos, se hubieran resuelto con esa pequeña confesión, pero él no le había dicho que lo fuera, más considerando que ella le había hablado muchísimo de él. De hecho, en el momento en que se había decidido alejarse, si él quería asegurarse de tener de algún modo su atención e interés, esa era la confesión que más efecto hubiera tenido en ella. No, no lo había hecho. Hasta parecería que se le hubiera olvidado.
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"Tía, ¿cree que funcione su plan?"
"William, ¿alguna vez te he fallado? Créeme, ella me ofrecerá su ayuda, lo que la traerá a mí más fácil y abiertamente. Una vez aquí, poco a poco iré indagando en su alma y su corazón".
"Qué es lo que le diré durante la cena hoy".
"Primero, William, estarás solo con ella, así que todo será más fácil. Le dirás de mi parte que estoy mejor, y que la requiero en mi recámara a la hora del té mañana sin falta".
"A la hora del té...", él repitió como autómata.
"Quiero que por la mañana ni te aparezcas por aquí, de modo que ella no sienta que tiene una malla de protección y que esté lo más expuesta y vulnerable que pueda".
"Ella querrá que la acompañé", le dijo totalmente preocupado.
"William", le contestó al ver cómo le cambiaba el rostro, "ese es el problema. Si estás aquí, ella se sentirá lo suficientemente cohibida como para no hablar de más. Se controlaría bastante. Necesito que esté sola, conmigo, así que te recomiendo que te vayas al banco y esperes sin comer ansias".
Que no comiera ansias era algo imposible. Si aún en esa fase del plan estaba que se comía las uñas. Sí, el hombre que había sido entrenado para mantener al margen sus sentimientos, cuando se trataba de Candy, era imposible.
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...