No me dejó alternativa Cap. 8

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"La pérdida de Stear fue lo peor, Georges. Supe, por lo que me dijo Vincent, que a Candy no la dejaron participar del sepelio. De verdad me sentí muy disgustado".

"Y te entiendo", le dijo Georges pasándole una copa de cognac. "Lo que hizo la tía Elroy fue terrible. Por lo menos la Srta. Candy es una dama muy respetuosa, y no quiso empeorar la situación. Pero el dolor que llevaba se le notaba. Ella era muy cercana al Sr. Aristear".

Albert en ese momento, dejó el cognac de lado, del que sólo bebió un sorbo, y se acercó a la gran ventana que daba a los suburbios. Una sonrisa se le dibujó en el rostro, y Georges se dio cuenta. Por un momento, olvidó de lo que hablaba anteriormente.

"Dime, qué recuerdas que te hace sonreír así. Hasta ahora sólo me has contado cosas tristes".

"Es algo más. Jamás pensé que esa niña pecosa y llorona que una vez prometí proteger fuera la mujer que me enseñó lo que era una familia de verdad".

Georges sonrió también en reconocimiento de lo que decía.

"Sí, amigo. Y creo que te mereces ser feliz con ella. Por favor, dile la verdad ya. Ella te ama igual que tú a ella".

"Ella quiere a Albert, el vagabundo, no a William, el heredero. Además, yo no quiero ser la segunda opción en su vida. Quiero que me ame plenamente".

"William", dijo Georges levantándose abruptamente, "vas a seguir con eso de que ella no te ama. Hazme el favor y dame ese diario. No, no quiero que sigas torturándote con él".

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El diario...ese y aquellas palabras sobre "su hermano" desbarataron la fe que tenía de que ella realmente lo amara. Sí, en el diario, ese diario, estaba toda la confesión de su amor por Terry. Jamás entre ellos hubo ese desborde de pasión, y era, por cierto, que él no entendía que eso no era lo que ella esperaba de él. Más bien, se trataba de toques del destino, del amor maduro; de ese que se siente en lo profundo y sólo se expresa de las formas más íntimas y sublimes. Él estaba loco por ella, tanto que simplemente no podía entenderlo, pero las veces que estaba cerca, pensaba que la lastimaba. Además, ese desborde de pasión de ese diario le hacía pensar que Candy lo que quería era una relación fogosa, y entre ellos, con su amistad, complicidad y cosas en común, quizás lo que había no era amor sino una amistad profunda.

Para él, ella necesitaba a Albert, el amigo más que Albert, el hombre que la amaba. Y aunque se convirtiera en lo que pensaba que ella quería, no se daba cuenta de que Candy había madurado también, o sí se daba cuenta, pero no su corazón. Ocasionalmente, la veía suspirar por ese viejo amor que nunca parece que dejaría atrás, al menos eso pensaba. Entonces su sonrisa desaparecía y volvía a convertirse en ese ser taciturno que Georges miraba desde la distancia, y al que no podía convencer. Ciertamente jamás la hubiera sacrificado. Si su felicidad estaba con el Sr. Terry, entonces que fuera. Él haría lo que fuera para que ella fuera feliz, incluyendo en sacrificio de sí mismo.

Había, por cierto, dos cosas que los separaban: un amor apasionado y loco que él pensaba ella sentía por Terrence, y William, su otra personalidad. Él pensaba que aún si de algún modo ella amaba a Albert, era muy difícil que amara a William. Pero él, como Albert o como William, incluso como aquel príncipe del pasado que ella conoció en aquella hermosa colina, los tres la amaban igual. Y le dolía, pero aún así, era suficiente para él que ella fuera feliz.

"Tengo que encontrar a Terry, Georges".

"Para qué...", le pregunté al verlo incluso hasta un poco más animado con su aparente nuevo descubrimiento.

"Hay que lograr que se encuentren esos dos. Hay que lograr que Candy y Terry estén juntos".

Yo sinceramente no entendía lo que le pasaba a William. Por más que lo pensaba, no entendía lo que quería hacer.

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