Un día pasó entre esta charla vaga y un acercamiento de Neil que no esperaba. De pronto, aparece Albert con un cacharro de cuatro ruedas y una flor que le entregó con una oferta de paz, mientras Neil iba balbuceando maldiciones y desarrollando planes por todo el camino. Candy, de pronto, se emocionó tanto que olvidó toda la incomodidad de los pasados días. Cuando llegaron a donde él la quería llevar, ella de pronto sintió como si fuera una niña de nuevo, mientras corría por un lugar muy especial para él. Y el propósito era claro: que ella se acordara de un pasado que fue hermoso para ambos, y que olvidara todo lo que había pasado en esos días entre los dos.
Lo había pensado bien. Tenía que haber un modo de expresarle sus sentimientos como no había podido hacerlo, lo único que el triste vehículo de pobre que había conseguido a través de la magia de Georges podía dejarlos varados en la nada. No, no podía pensar eso. Además, tenía que devolverla a sus deberes y él a los suyos. De pronto, ella, en su inocencia infantil, le pidió que treparan un árbol. A él le pareció buena idea. Desde África, no había subido árbol alguno. Jamás, sin embargo, pensó que ella siguiera siendo tan ágil, y cuando la cuestionó, ella respondió:
"En el San Pablo solía trepar los árboles muy seguido. Muchas veces me miraban como si estuviera fuera de mis cabales, pero aún siendo mayor sabía que sería una de mis actividades favoritas. Me encanta hacerlo y hacía tiempo no lo hacía. De hecho, en alguna ocasión me subí a una rama en el Santa Juana para tener algo de privacidad y leer, pero no había trepado realmente desde el colegio. Lo intenté siquiera cuando regresé al Hogar luego de escaparme, pero realmente el invierno no me lo permitió y mi atención estaba en lo que convertirme en enfermera, para lo que salí la próxima primavera a la escuela de Merry Jane". Igual que él con lo de África, que fue la última vez que recordaba haberlo hecho; hasta en eso se parecían.
Para suerte, Candy, sin embargo, no se dio cuenta de la indiscreción cometida, y él no quería cometer el mismo error dos veces. Ya arriba de una alta rama, la vista era estupenda. Ella pensaba que, si prestaba suficiente atención, podría ver a Stear en su aeroplano desde Francia. Sonreía como niña, y él la observaba, absorto, como siempre. Su corazón no le mentía; estaba entregado a ella. Cualquier duda que tuviera, en ese momento en que era ella, en que él la veía como la recordaba de niño, todo eso se disipó en un instante.
Sacó en ese momento su almuerzo. La realidad es que ese "almuerzo" era una utilería que utilizaría para confesarle sus sentimientos de modo que ella entendiera sin sentirse mal, y así se aseguraba de que ella no pensara lo peor de él. Así que sacó la utilería de su saco y le comentó:
"Candy, sólo pude comprar uno. No tenía dinero suficiente para más. Ah, y también traje dos vasos con una botella de agua. No te importa, ¿verdad?"
"Albert, qué importa; compartámoslo. Está bien".
En eso, Albert dividió el emparedado en dos partes iguales y le pasó una de las mitades a Candy.
"Candy, qué lindo es compartir, ¿no?", Candy quedó completamente anonadada cuando comenzó con esta sentida alocución. "Qué tal si convertimos esto en una nueva costumbre. Divide todo lo que sientes, lo bueno y lo malo, tus alegrías y tristezas, y compártelas conmigo. ¿Quieres?", le dijo con un tono suave y dulce que dejó muy clara cuál era su intención.
Las lágrimas, de pronto, brotaron de sus ojos, y ella, toda emocionada, le dijo que sí.
"Desde este momento seremos más amigos", terminó él, mientras la acariciaba la mejilla llena de lágrimas.
Sí, lo había hecho, se lo había propuesto, y ella había entendido la propuesta y aceptado, por si las dudas.
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No me dejó alternativa...
FanfictionCuando William, un hombre de la alta sociedad escocesa, conoce un día en la colina a una chiquilla llorona de tan solo 6 años, su mundo cambia en un momento. Es ella, Candy, la que le da sentido a una vida vacía, de pérdidas y tragedias. Pero no tod...