Rapto

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En las profundidades del mar, Saori estaba despertándose, lo último que recordaba era que había caído una fuerte tormenta en el santuario antes de desmayarse.

Cuando volvió en sí misma, se percató de la locación extraña, por lo que descarto rápidamente la idea de que siguiese estando en Grecia.

Saori Kido, Atenea, yace en el suelo de un oscuro calabozo. Su cuerpo debilitado, su cosmos inalcanzable. El secuestro la ha dejado vulnerable, incapaz de invocar su poder divino para escapar. Cada intento la sume en un abismo de mareo y desesperación.

En ese instante, la puerta del calabozo se abre con un chirrido. Una figura entra, envuelta en un vestido turquesa que destaca en la penumbra. El cabello rojo escarlata de la recién llegada arde como una llama.

—Saori: —Luchó por enfocar la vista en la mujer, cuando lo logro una sonrisa se pintó en su rostro—¡Hermana!

Correr a abrazarla fue inevitable, el malestar de su cuerpo no era nada comparado por la felicidad que tenía al ver a una de sus hermanas mayores.

La mano de la mayor sobó el cabello de Saori, la pobre de cabello morado buscaba protección en brazos de su hermana mayor.

Levantó la mirada sonriéndole a la mujer de cabello color fuego, abandonando por completo la actitud de diosa autoritaria que tenía toda la responsabilidad del mundo en sus hombros, en brazos de su familia podía ser una humana normal, hace tiempo que no sentía eso.

Atena...—La voz fría se hizo presente, hacía un tiempo que no escuchaba esa calma y seriedad que le llenaba el corazón, había aprendido a ver el cariño de ella, incluso a través de esa actitud de indiferencia. 

Saori escondió el rostro en los brazos de la otra, no estaba de humor para ser llamada de esa forma por ella.

—Saori: —Sacudió la cabeza buscando dispersar las ideas de egoísmo de su lado humano—¿Cómo has llegado a aquí? Edén y Yūna... ¿Ellos están bien?

¿Ellos?—Se tomó un tiempo para pensar—Están descansando, de eso no te debes preocupar—La aclaración calma el preocupado corazón de Saori.

Lástima que la paz de la joven sería interrumpida...

—Saori: ¡Argh!—La sangre había invadido su cuello, coloreando de carmín algunos mechones de cabello.

La mano agresora salió de su cuello, con monotonía dejaba que la sangre escurriese por sus dedos, dejando el suelo manchado.

La reencarnación de Atena se alejó incrédula, ¡¿Por qué había hecho eso?! ¡Su propia familia la había herido!

Tena—Cuando eran niñas, ella acostumbraba a llamarle así, como si de alguna manera lo hubiera sabido incluso antes que ella. Acortó la distancia entre ambas y clavo los dedos de su mano en el abdomen de la diosa de la guerra, una puñalada que hizo que la sangre de la diosa le salpicara la ropa y cara?

Al retirarse la mano cayó de rodillas en el suelo, se sostenía el abdomen entre llanto, no solo era dolor físico, era un dolor más profundo que no era capaz de poner en palabras.

—Saori: Por qué haz... —La sangre había invadido su garganta, el sabor a hierro le repugno y le hizo escupir el líquido rojo que la asfixiaba.

—¿Por qué hice eso? ¿Eso es lo que quieres preguntarme, Atena?—La burla no hizo más que enojar a la diosa de la sabiduría—No busques tapar el sol con el dedo—Acusó.

—Saori: ¡No sé dé qué hablas, impostora!—Exclamó—¡Has usado la apariencia de mi hermana mayor para engañarme! ¡Muestra quien eres!

No hay alguien que te crea tan tonta como para fingir. Si logre herirte, es porque soy tu hermana.

—Saori: ¡Ella jamás haría eso!

Creo que ya lo hice—Dijo con burla, deteniéndose a apreciar la sangre de la diosa, era una escena difícil de ver para ella, pero tenía qué.

—Saori: ¡Mentirosa!—Con el poco cosmos que era capaz de usar soltó una ráfaga de viento.

¿Yo? No me hagas reír—Un fino hilo de sangre escurrió por la mejilla, ella se tocó la mejilla sin inmutarse, su semblante serio era inquebrantable.

—Saori: ¡Ya dime quién eres!—Arrastrándose le apretó el tobillo—¡Solo alguien cobarde se escondería tras la apariencia de mi hermana!

Qué raro, porque conozco a un cobarde que se esconde bajo la piel de tu hermano—La seriedad fue infectada de odio y rencor—Un cobarde al cual le permitiste no solo estar en tu santuario y ser tu caballero... Le permitiste deshonrarme, humillarme, y diste lugar a que se cometiera un pecado contra mía en tu templo sagrado.

«Anfitrite»

Llamó la voz de un viejo conocido a Saori, en la puerta había llegado Julián Solo, el recipiente de Poseidón, que traía al hijo de su hermana en brazos.

—Anfitrite: Julián, te advertí sobre lo peligroso que era traer a Edén—Regañó dándole la espalda a Saori.

—Julián: Lo sé, y no lo hubiera traído si él no dejará de llorar por ti—Edén fue dejado en manos de su madre, que solo con acunarlo en sus brazos lo calmó.

—Saori: ¿Julián? ¡¿Cómo puedes entregarle a Edén?! ¡Es una impostora!—¡¿Acaso había perdido el sentido común?! ¡Edén podía ser hijo de un poderoso guerrero, pero era solo un bebé al final de cuentas!

—Julían: ¿Impostora?—Dirigió con confusión la mirada a Saori—Créeme que la reconocería en un millón de galaxias, porque así como yo nací bajo el signo de Poseidón, ella nació bajo el signo de la Diosa Anfititre.

—Saori: ¿Anfititre?—No podía creerle, ¿Que quería esa diosa con su hermana?—¡¿Qué le hiciste?!

—Anfitrite: ¡Atena!—Su voz resonó con fuerza, pero sobre todo en la mente de la mencionada—¡Ya basta! ¡No eres una niña, eres una diosa!—Regañó—No puedo creer lo patética que te ves así... Herida ante mis pies, por causa de una simple humana—El cambio en la voz era evidente, en esta ocasión le dirigía la palabra a la diosa del mar.

—Saori: ¡Usurpar el cuerpo de una humana ya es un acto de cobardía! ¡Pero tú!—Apretó el puño de la rabia—¡Me has insultado al atreverte a usar el cuerpo de alguien de mi familia!

—Anfitrite: ¿Y puedes culparme? Es la mujer humana hecha a mi imagen y semejanza—Aclaró, volviendo a usar la voz de la humana—Que te sirva de consuelo, que la persona con la que hablaste hace un momento era tu querida hermanita mayor.

—Saori: ¡Ella no diría nada de eso!

No vengas a fingir que entiendes mi dolor, Tena...  No me creo ya tus mentiras—Como se le quebraba la voz, como se veía que las lágrimas de cólera amenazaban por salir. Se retiró con el niño en brazos.

Esas palabras las dijo la humana, no la deidad.

Continuará...

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora