Justicia

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Se les acercó lentamente a los dos caballeros dorados que yacían en el suelo, heridos y exhaustos, con el poder que el arma le otorgaba los obligó a mantenerse en pie

—Qué divertido—Su mirada estaba vacía, no se oía como ella misma—Ahora ustedes son mis juguetes.

—¿Qué quieres de nosotros?—Preguntó Camus de Acuario con voz débil.

—¿Por qué nos has traicionado? ¿Qué te ha hecho ese dios del mar para que le sirvas?

—No me hables como si me conocieras, Camus—Respondió con frialdad—Tú y Cardinale no son más que unos gusanos. No merecen ni siquiera estarme rogando piedad.

—Eso no es cierto, Marín—intervino Cardinale de Piscis con dificultad— Nosotros seguimos siendo fieles a Atenea, ¡No tienes derecho de hacer esto!

—No me mientas, Cardinale—replicó Marín con desprecio—Ya no tengo ocho años, no voy a creerme tus estupideces—Apretó el agarre del tridente color negro.

—¡¿Acaso sabes lo que estás haciendo?!—Cardinale sudaba en frío, está, no era la primera vez que ella quería matarlo, pero era la primera vez que estaba indefenso.

—Sí—Golpeó el tridente contra el suelo, el cosmos de Anfitrite los hizo arrodillarse—¿Por qué no lo sabría?

En la arena de los espíritus, nadie los vería, nadie los salvaría, nadie se preocuparía por ese par de malditos, después de todo a nadie le importo como en el pasado Atena había cortado las cabezas de muchos de sus enemigos.

—Ha llegado el momento de que paguen por sus crímenes—Se paró frente a Camus, el menor entre las dos víctimas, no levantó la cabeza—Ryuga en el pasado pudo acabar contigo, pero te dio una muerte demasiado piadosa, ¡Yo te daré una muerte acordé con el pecado que cometiste!

—Cometes una locura—Resopló Cardinale.

—Debiste pensar en cómo te afectaría tu pecado antes de dañar a Lithos y a Marillya de esa forma.

Camus y Cardinale se miraron con tristeza y resignación. Sabían que no tenían escapatoria. Estaban demasiado débiles para luchar o huir. Solo les quedaba esperar el golpe final.

—Adiós, Camus—susurró Cardinale.

—Adiós—Respondió Camus, con un ligero llanto, ¿Por qué ella tardaba tanto en acabar con su vida? La incertidumbre parecía un castigo peor que la muerte.

Cardinale levanto la cabeza al notar la tardanza, creyendo que ella tal vez se arrepentía.

—¿Camus?—Preguntó esperanzado. —Que a…

—El nacido bajo acuario no logro terminar la oración—¡Argh! —Un quejido ahogado salió de su garganta para luego quedar inerte, como un muñeco de trapo.

Las puntas del tridente negro se habían clavado en el cráneo del ex santo de Acuario, la sangre no se hizo esperar, corría a mares por el suelo a su vez que se mezclaba con la tierra.

La mujer sacó el arma con tanta brusquedad que aún se podían ver los restos del hombre manchando las hojas.

—Que triste por ti, Cardinale—Dejo que el cuerpo de Camus cayera al suelo, sonrió satisfecha al verlo en un estado tan patético—Porque no vas a tener una muerte tan rápida como la de él.  

Cardinale alzó las manos, rogándole por todos los dioses que él conocía que le perdonará la vida, sus acciones del pasado contra Heros y compañía le estaban pasando factura.

—Por favor—Juntó las manos, rezando por ser salvado por Atena, o en su defecto por sus antiguos compañeros—Misericordia.

¿Me estás pidiendo compasión?—Levantó con la punta del tridente el mentón del rubio, para ella era un simple juego—Eso es música para mis oídos—Una débil risa escapó de sus labios.

—Te pido que recapacites.

—Si querías preservar tu vida—Hizo una ligera pausa para retirar el arma del mentón de Cardinale—Debiste pensar dos veces antes de hacerle daño a Ryuga—Miro de reojo el cuerpo de Camus—Ahora los papeles son diferentes, tú eres la víctima yo soy la victimaría—El viento empezó a mover sus cabellos mientras le sonreía al cielo—Es justicia divina, dado por la mano del dios de los mares.

La vida de Cardinale ya había llegado a su fin después de unos minutos, con tridente en mano miro un risco, lugar donde se lograba ver una de las 13 casas zodiacales.

—Necesito cambiarme de ropa—Señaló sacudiéndose el polvo del vestido—No me dejarán entrar a la villa de Atena luciendo así—Con la mano quiso limpiarse la sangre de la cara. 

Saori no hallaba salida al calabozo, cada pasillo la conducía a una celda distinta a las anteriores, y sentía ya el cosmos de Seiya en el recinto, debía darse prisa si quería ayudarlo.

—Saori: ¡Seiya!—Estaba más perdida que antes, gritaba—¿Por qué tu cosmos no me responde?—Golpeó la primera puerta que vio—¡Seiya!

—Saori…—Tosió tratando de llamar a la diosa de la guerra—¡Saori!

—Saori no va a venir a salvarte—Caminó al rededor de él—¡Yo me encargaré de eso!—Lo apuñaló el abdomen.

—Seiya: N… No necesito que Saori me salve—Tomó la punta del tridente, batallando para mantenerlo en su cuerpo.

—Suéltalo—Pegaso no acató su orden, esto la disgusto—Ya te dije, que lo sueltes—Endureció la mirada.

—Seiya: ¿Qué intentas?—Del tridente emergieron rayos y relámpagos, que azotaron el cuerpo de Seiya, ninguna parte del cuerpo del pegaso era ajena al alcance del cosmos de Anfitrite.

—Protegerme—Se dio la vuelta y camino directo al trono de Poseidón, sabía perfectamente que no podía darlo por muerto tan fácil—De ustedes—Vio por encima de su hombro al moribundo santo de pegaso, tanto dolor y asco se podía ver en esa mirada color mar.

Continuará...

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora