Maldición

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—Mei: —Ya se había calmado, ya no había gritos, ni dolor—Les odio—Levantó la mirada, totalmente sombría como la de un muerto—Odio al santuario, y a los que decidan apoyar los que nos han hecho esto.

El remolino de asquerosos recuerdos sobre su maldición no se hicieron esperar, su cabeza dolía y solo quería alejar todos esos recuerdos de su cabeza.

Caminaban por un obscuro pasillo, guiados por la general de guerra y el santo de Sagitario.

Mei era el más nervioso, esperaba ser conducido a otra tortura, como ya se había acostumbrado. Pero la mayor le sostenía la mano con firmeza, calmando una pequeña parte de su ansiedad.

Algo en todo esto le revolvía el estómago al chico, ¿por qué sus verdugos llevaban puestas las armaduras?

Pero ninguno de los hermanos dijo palabra al respecto, solo se escuchaba el metal de las cloths, golpear el suelo de ladrillo.

Después de lo que parecía ser una eternidad, el general les abrió la puerta de un lugar desconocido para ambos presos.

La luz del sol se colaba por una ventana pequeña, iluminaba de manera perfecta el centro de la habitación y a la única persona dentro de ella.

Era Saori, que no se inmutó en voltearles a ver cuándo sus subordinados abrieron la puerta.

Estaba pensando en algo, Mei no lograba descifrar qué, solo podría afirmar que estaba perturbada.

Sostenía las manos a la altura de su pecho, con la boca ligeramente abierta. El santo interpretó que Atena estaba orando.

—Ya están aquí—Rompió el silencio el general de guerra.

—Entiendo—Respondió Saori bajando las manos. El tono amable de Atena no se hacía presente esta vez, se oía cansado, como si le pesará.

Mei busco en la habitación al culpable de la tristeza de su consanguínea, era casi un instinto que había desarrollado en la fundación Guraad. De niños siempre cuidaron de Saori, era una responsabilidad y una misión que les inculcó Mitsumasa y Tatsumi.

La forma en el medio de la habitación era por demás curiosa, un círculo hecho de piedra, a Mei le parecía que era mármol, con detalles labrados en él.

Fijándose mejor, todo el suelo y techo estaba labrado con tan extrañas figuras.

Cerro los ojos con fuerza cuando fue separado de la mayor, se prometió a sí mismo no abrirlos hasta que todo eso terminará.

Él ya se podía imaginar que iba a pasar, ya estaba acostumbrado al modus operandi de Sagitario. Por más asco y dolor que le diera, ya estaba acostumbrado.

Hiperventilar por la incertidumbre de que estaba pasando era inevitable, sentía un poco de curiosidad y pensó en abrir los ojos y prepararse mentalmente para su destino, pero por respeto desistió.

Había perdido la noción del tiempo, los gritos hacían a su cabeza dar vueltas, y se volvían cada vez más fuertes, más horribles, como un animal herido.

Se escucharon cadenas golpear el suelo, el ruido repentino hizo sentir escalofríos al de cabello plateado. Al abrir los ojos solo sintió como se le revolvía el estómago.

Las conversaciones de Atena con sus subordinados habían pasado a un segundo plano, eran ruidos sordos a orejas de Mei, ya que su atención estaba dirigida en el centro de la habitación. 

La imagen era… Difícil de digerir, dolorosa de ver, no subo en realidad como se aguantó las ganas de huir y jamás volver, sobre todo porque… no podía, era un deseo imposible de realizar.

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora