Hilos malditos

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Los caballeros ya se dirigían al templo submarino, muy preocupados por el bienestar de Saori, ¿Poseidón había vuelto? Si no fue él, ¿Quién será el qué mandó tal tempestad? ¿No habían sellado a Poseidón?

El primero que llegó fue el santo de Coma Berenice, o bueno, más o menos, hacía ya un tiempo que él no podía usar el manto sangrado que le correspondía, pero no por eso iba a dejar sola Saori.

A pesar de ser el más débil en estos momentos, fue el primero de todos los caballeros del zodiaco que se logró hacer paso.

Subiendo las escaleras, buscando la sala del trono, se preguntaba ¿Quién podría ser el Dios que rapto a Atena con tal facilidad? ¿Y por qué se la ha llevado al templo submarino?

Parecía que el dios no había notado su presencia, esto extraño a Berenice, por lo que empezó a caminar con cautela, no podía dar ningún paso en falso.

Era silencioso, precavido, si tenía buena suerte podría hacer que Julián le dijera dónde tenían a Atena.

—Mei: A pesar de estar en territorio enemigo, nadie ha detenido mi ingreso—Murmuró, había sido detenido antes de entrar por uno que otro soldado raso, pero ninguno enemigo serio se había dignado a aparecer, eso le otorgaba ventaja.

—“Mei”…

—Mei: ¿Quién dijo eso?—Se puso en guardia—Estar tanto tiempo en un calabozo me volvió loco.


—“Mei”…


—Mei: ¡Ahí va de nuevo!—Ahora sí la había oído con claridad, alguien lo estaba llamando—¿Será la voz de Saori?.. ¿O de Saya?—Su instinto de hermano sobre protector le impulso en correr para descubrir quién era dueño de la voz que lo llamaba.

El eco de sus pasos resonaba en el salón vacío, un preludio a la confrontación que se avecinaba.

El ex Santo de Bronce, no había esperado encontrarse con la sala del trono desierta. Su corazón latía con preocupación por Saori, su desaparición del santuario había sido un misterio que lo atormentaba día y noche.

—Mei: ¡Sal de ahí!—El silencio le perturbaba, sin cosmos no podía fijarse de lo que veían sus ojos—¡Da la cara! ¡Cobarde!

La voz de su hermana, cortó el silencio como una ola fría y afilada.

Mei—Reprendió con severidad—Tu impertinencia no tiene lugar aquí. Llamar cobarde a quien te ha superado es un acto de ignorancia.

Allí estaba ella, ataviada con ropas negras que evocaban la majestuosidad del mar, su postura tan inquebrantable como la de un dios. A pesar de la gravedad de la situación, Mei no permitió que la agresividad se apoderara de su voz.

—Mei: ¿dónde está Saori?—comenzó manteniendo la calma—¿Qué le ha ocurrido?

—¿Acaso vienes a salvar a tu verdugo, Mei?—Ella no solía ser la más amorosa, pero jamás se comportaría de tal manera, muchos menos con él—Que noble de tu parte.

—Mei: Parece que Saori tenía razón—Mei no se dejó intimidar—Tuvo razón al decir que albergabas un ser malvado dentro de ti—replicó con una sonrisa irónica.

Silencio—La solemnidad se transformó en una mirada gélida—¿Cómo osas hablarme así?—ordenó con autoridad divina.

—Mei: Te he hablado peor antes,

—¿Qué va a hacer el caballero sin cosmos contra mí?—Le recordó—El dejado de lado por su diosa, por sus hermanos, el abandonado por los dioses… ¿Acaso echas en falta ese don divino?

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora