Estallido

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—Ryuga: ¡Shiryu!

—Ellen: ¡Hermano!—Batió las alas de su cloth, clavando sus plumas en Las manos de Kannon, y cortando los hilos que ataban al dragón.

—Syun: ¡Hermano!

—Mei: Llegaron temprano—Sacudió la mano, en un pobre intento por quitarse las plumas de la piel.

—Ryuga: ¡Mei! ¡Kannon!—Le tendió la mano al Misumi menor—¿Qué diablos ha pasado aquí?

—Kannon: ¿Qué no es obvio, cisne?—Se puso el casco de su armadura—Como entre nosotros hay tantas diferencia, ¡No los dejaré entrar al santuario submarino!

—Ellen: Yo pasaré—Le plantó cara al dragón del mar, quedando cara a cara con el general—Así tenga que acabar con tu vida para hacerlo.

—Mei: No te lo recomiendo, amigo—Se acercó al santo de bronce por la espalda—Porque no podrás contra un general y un caballero de platino al mismo tiempo.

—Ryuga: ¡Esta no debe ser la manera!—Empezó a buscar algo con que detenerlos, esto sería peor que una batalla de los mil días. Al fijarse en su escenario, vio al joven, de cabello negro y ropas amarillas, tirado en el suelo, inconsciente y herido—Esto es por Rin ¿Verdad?

No hubo respuesta directa, los hombres estaban pendientes a cualquier movimiento que el joven Misumi pudiera realizar.

—Ryuga: ¿Que ha hecho Rin esta vez?—Jaló a Ellen hacia él—Sea lo que sea, Rin no merece tu defensa, Ellen.

—Kannon: Tiene razón—Su mirada se clavó en el bello durmiente—Él es tan horrible como Caín, y todos esos, ¡No merece más que la muerte!

—Shiryu: ¡Ya se lo dije hace meses!—Reclamó—No son más que rumores, en todo este tiempo ninguno ha dado una razón de peso para creer que Rin es tan maldito como dicen.

—Mei: ¡Lo sabía!—Le volteó la cara al dragón de un puñetazo, hace unos momentos se había atrevido a mentirle, y no lo iba a perdonar—¡Vete al infierno junto con él!

—Ryuga: ¡Mei!—Arrastró a coma Berenice lejos del dragón—¡Ya te lo dije! ¡Está no es la manera!

—Mei: ¿Y cuál es la manera?—Exclamó en un grito—¿Acaso debo seguir permitiendo que el santuario me pise a mí y a mi familia?—Se volteó a ver a Shiryu, el de cabello enano se sostenía incrédulo la barbilla.

—Kannon: Dinos, Ryuga—Se cruzó de brazos, indiferente—Dinos cuál es la manera.

Ryuga solo suspiró, en realidad no tenía la respuesta a la pregunta de Mei.

Si Kannon lo comparo con Caín, debía ser peor de lo que él creía. Ese pensamiento solo causaba más dudas al joven.

—Mei: ¿Y bien?—Sacó al escorpio de sus pensamientos—En lo que a mí concierne, esta es la manera.

—Syun: ¿La manera de qué?—Cuestionó casi en sollozo.

—Mei: ¡La manera de cobrar lo que me han hecho! ¡Lo que me ha hecho!—Concentró el cosmos en su mano, ya adolorida por la cantidad de cosmos que había usado—¡Lo que le ha hecho a mi familia!

Golpeó el suelo con toda la impotencia que tenía desde hace tiempo, todas las torturas, golpizas y abusos estaban concentrados en ese golpe.

—Mei: ¡Yo no volveré a esa maldita celda!—Hizo estallar su cosmos, soltando un grito de dolor.

Kannon lo miraba escéptico, ¿Qué le habían hecho a él y al recipiente de Anfitrite para contener tanta rabia en sus corazones?

Conocía vagamente el pasado de la chica, sus problemas con acuario, Piscis y pegaso. Mas se había enterado de que el italiano también tenía problemas con este último.

Mei se dejó caer de rodillas al suelo, respiraba agitado sin poder creer lo que acababa de hacer.

—Syun: Mei—los demás santos habían caído por las ráfagas de cosmos del ya nombrado, por lo que Syun en un torpe intento se acercó a él.

Mei solo se miraba las manos, quiera o no le había hecho daño a Ryuga y Shiryu, que aun con todos sus problemas seguían siendo sus hermanos, hermanos a los que le prometió a Mitsumasa proteger cuando se convirtió en el santo de Berenice.

Syun se arrodilló a su lado, no dijo palabra mientras Mei procesaba lo que acababa de pasar.

—Kannon: Andrómeda—Con disgusto y como una advertencia dijo su título.

—Mei: Vete—Pidió con voz ronca, consecuencia del reciente grito—Tú estás de su lado, no te quiero ver, Syun—Sintió una punzada recorrerle el brazo.

—Syun: ¿De qué lado crees que estoy?—Dijo serio.

—Mei: —Se quitó desesperado el guante de la armadura, lo azotó con violencia—¡Del lado que me ha hecho esto!—Clavó sus uñas en su muñeca.

Syun, que hasta ese entonces no había considerado ver al hermano de sus amigos, se percató de lo que el Kido se refería.


Él arqueaba la espalda con dolor, temblaba y sudaba. No paraba de dar alaridos, se movía de forma abrupta y sin sentido, como si de un animal se tratará.

Se comportaba como un salvaje a ojos de Andrómeda, pero recordando lo que había tirado hace unos segundos, le miro la muñeca descubierta.

Estaba negra, putrefacta, como la de un cadáver. Y no solo eso, se esparcía por el resto de su brazo, como parásito.

—Mei: —Ya se había calmado, ya no había gritos, ni dolor, o al menos no dolor del que se pudiera expresar—Les odio, al santuario y a los que decidan apoyar al que me ha hecho esto—Afirmó con seguridad, mirando la débil carne de su brazo, se preguntaba cómo no se le había caído tras ese “ataque”.

Continuará...

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora