Prisa

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Seiya y Ellen se habían separado, el fénix confiaba en que Seiya llegaría primero, y ayudaría a Atenas en lo que los demás llegaban.

El corazón del joven latía con fuerza, no solo por el esfuerzo físico, sino también por la ansiedad y la determinación que lo impulsaban.

Tenía que llegar al templo cuanto antes, tenía que enfrentarse al dios que había secuestrado a la diosa de la Guerra. Seiya no podía permitir que se saliera con la suya, tenía que liberar a Saori y restaurar el equilibrio del mundo.

Pero había algo que lo inquietaba, algo que no lograba entender. ¿Quién era la mujer que había visto en el Santuario? Había visto como ella pasaba como si nada a los aposentos de la divinidad, esa chica le daba un mal presentimiento  ¿Quién era esa mujer de cabellos rojos y ojos azules, que lo había mirado con una mezcla de odio y desdén? ¿Quién era esa mujer que llevaba un vestido turquesa y una corona de perlas, que irradiaba una aura de poder y majestad?

Seiya se prometió a sí mismo que no dejaría que acabará con Saori. Él haría todo lo posible por despertar de su trance al recipiente, la convencería de recordar quién era realmente.

Después de mucha caminata, se lograba divisar tras unas escaleras la capilla dedicada al dios de los océanos.

—Seiya: Solo un poco más—Se detuvo de golpe, al sentir el cosmos de Shaina—¡Shaina! ¡Dime dónde estás! ¡Shaina!—Se concentró, encontrando a pocos metros de él a la santa de Ofiuco.

—Shaina: Seiya—Suspiró, fue como quitarse un peso de encima—Ella, ¡Ha perdido la razón!—Exclamó jadeando.

—Seiya: ¿De qué hablas?—Le tendió la mano, y sirvió de apoyo para que la terceava santa de oro se mantuviera en pie—¿Hablas de Saori?

—Shaina: ¡No!—Sacudió la cabeza—Kido, la hermana mayor de Saori ¡Ha perdido la razón! ¡Ha puesto a Geist y los demás en contra de Atena!—Seiya torció los labios, él tenía muy poco conocimiento de la familia de la reencarnación de Atena.

Conocía bien a Saya, era un año mayor que Saori, se veía claramente que la diosa se había inspirado en su apariencia para poder renacer. Por lo que Mitsumasa en su momento las hizo pasar como gemelas.

Mei era el siguiente, dos años mayor, y era el único hijo varón reconocido por el anciano. Con una actitud solitaria, eso lo hacía parecerse a Ellen, él renunció a sus privilegios para seguir el mismo destino que sus hermanos. Era el alumno de Máscara de la Muerte.

Por último, estaba la señorita Kido, Seiya no había tratado mucho con ella, ni siquiera recordaba su nombre, pero se acordaba de cuando ella frecuentaba los jardines de la Mansión.

Logró recordar que la había visto de niño algunas veces, cuando aún no habían sido enviados a entrenar, en ese momento Mei y ella compartían vestimenta, por lo que era normal que los mayordomos la confundieran muchas veces con alguno de los huérfanos de la fundación Guraad, pero nada de eso le fue útil para entender de cuál de las dos hablaba Shaina.

—Seiya: ¿Tu también viste a Geist?

—Shaina: Sí, fue la primera persona que ví al entrar al templo submarino—Apoyó la cabeza en el hombro de Seiya—Ella quiso combatir contra mí, y esa maldita la ayudo.

—Seiya: Geist me dijo que estaba muerta, que Rin y yo lo habíamos causado, pero yo no sé de nada sobre eso—Sentó a Shaina en una piedra, y se arrodilló para estar a la altura de su rostro—Prometo que después de esto averiguaré qué ha sucedido con ella verdaderamente—Tomó las manos de Shaina.

—Shaina: Apúrate en salvar a Saori, ¡No he sentido su energía desde que llegué a aquí!

—Seiya: ¿Segura de que puedes quedarte aquí?

—Shaina: Segura—Tomo el rostro de Seiya entre sus manos y le sonrió—Ve, y salva a Atena como siempre haces—Ambos se sonrieron, y Seiya se despidió con un beso en la mejilla para seguir su camino.

Seiya llegó al final del pasillo y se detuvo frente a las puertas del templo. Respiró hondo y se preparó para entrar. Sabía que allí lo esperaba un dios, él era fuerte, pero le costaría hacerle frente a una divinidad como lo era la esposa del Dios del Mar.

—Mira lo que me hiciste hacer—Se oyó el tono frío, sin embargo, también era burlesco, de una voz que él conocía a la perfección—Maldito—Retiró sin contemplaciones el arma del pecho de Seiya, los listones blancos habían sido salpicados por la sangre de pegaso.

—T-tu—Fue interrumpido por su propio cuerpo, ya que sintió como la sangre se juntaba en su garganta—¡Argh!—Escupió el líquido carmín en el suelo—¡T-tu eres–

—¿A qué viene la sorpresa, Idiota?

Continuará...

La Reina de todos los MaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora