|Desde el santuario de Selene|

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Era más de media noche, y como ya hacía un par de días desde que llegó al santuario de la diosa Selene, Circe salió a hurtadillas de su cuarto. Iba con cuidado de no ser vista, pues sabía que lo que estaba haciendo era algo que luego le traería consecuencias con alguna sacerdotisa.

Camino por el oscuro pasillo hasta llegar a otro cuarto. Sin hacer el más mínimo ruido entró. Trataba tanto como aquel delito le permitía contener la risa. Pero le era imposible, aquello le hacía cosquillas en la boca del estómago y le hacía sentir como una niña que iba a robar galletas.

Se detuvo a unos pasos de la cama ocupada. Vio con atención el cuerpo que reposaba en la pesada oscuridad, y al no notar ningún movimiento supuso que no se había dado cuenta de su presencia.

Se acercó con aún más cautela y cuando quiso pasar una mano por su blanca cabellera, este fue más rápido y la tomo con cuidado de la muñeca. Circe sonrió y con la mano libre cubrió su risa.

-¿Buscas problemas?- pregunto con voz rasposa.

Aún en la oscuridad de su cuarto podía notar el brillo de sus ojos amarillos, y no podía sentirse tan enamorada de ese vibrante color. Baltimore tiro de la muñeca, y Circe cayó a su lado.

Sin dejar de sonreír, se quedó perdida en lo único que podía apreciar. En lo apacible de su rostro, y la belleza de su pequeña sonrisa. Si, apenas se arqueaban sus labios, pero le era suficiente para saber que expresaba felicidad. La felicidad de que ella estuviera ahí, rompiendo cualquier regla de un templo sagrado, solo por él.

-Haras que Selene se enoje.- susurró Baltimore.

-No, ella no es quien se va a enojar.- hablo por lo bajo Circe.

Sin decir más nada acerca de quien ser podía enojar más o no por el ilícito, lo beso. Sin presura, y disfrutando de la oscuridad, se entregó con la pasión que la desbordaba cada noche en que se metía en su cama.

En la mañana siguiente, el sol aún no había aclarado por completo el cielo, ni llegado a iluminar los pasillos del monasterio, Circe andaba con cuidado de no ser vista. Sabía que podía cruzarse con alguna sacerdotisa o monja, y para eso tenía la excusa perfecta. Aunque su cabello muy desprolijo o las leves marcas en su cuello le hagan difícil creer dicha excusa.

Prefería cien veces estar en el tibio lado de Baltimore, apreciando como este dormía con calma, y contar cada cuánto segundos respiraba con profundidad a andar descalza esquivando a las mujeres de ahí o a ...

-Douxie.- dijo sorprendida al verlo saliendo de su habitación.

Este, aún dormido, parpadeó un par de veces, tratando de aclarar su vista. Frunció el ceño y se cruzó de brazos al tenerla cerca.

-¿Qué haces despierta tan temprano?- pregunto por lo bajo.

-Oh, recibí el llamado de la naturaleza.- respondio manteniendo una postura serena.

Hisirdoux rodó lo ojos y soltó un soplido.

-Claro, aquel llamado me imagino que tiene nombre y apellido.- dijo.

-Tambien el cabello banco, y salvaje mirada amarilla.- añadió dando una jocosa sonrisa.-Como la de un lobo.

El joven hechizo no dijo más nada, pues con su expresión lo decía todo, y solo hacía que Circe se regocijara aún más por meterse en sus asuntos.

Glitter & Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora