Color Zafiro.

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Camelot. 

Algunos siglos atrás.

Despertó sin la intención de abrir los ojos. Hacerlo significaría lo mismo de todos los días, una realidad que estaba cansado de vivir, y solo pasó un año de cuando lo llevaron casi a la fuerza a esa vida que nunca quiso.

Abrir los ojos esa mañana, al igual que las anteriores, era dejar de pensar que era un sueño estar en Camelot con un hombre que alguna vez se hizo llamar padre, y que lo trataba como a un mero estudiante. Merlín era así, pocas veces tenía la intención de ser un padre cariñoso, y la mayor parte del tiempo se comportaba como un mentor estricto al que se debía superar, haciendo una tarea difícil.

Sin más opciones, Zafiro abrió los ojos, y gruño ante la cruel realidad de una habitación gris. Con una pequeña ventana que daba al bosque, y que dejaba pasar una débil columna de luz solar.

Alguien llamó a la puerta, y se adelanto a su permiso.

—Vamos Zafiro, hoy es un buen día —dijo una mujer.

—¿Qué tienen de buenos? —cuestiono su mal juicio, y giró al otro lado.

La mujer, una doncella que se encargaba de ser una especie de madre sustituta en lo que pasaban un par de años, entró al cuarto, y siguió hasta quedar frente a la pequeña ventana. Ella misma le sugirió al hechicero mayor algo mas alegre que un simple agujero en la pared, pero el se negó, alegando que no le iba a ser falta, porque no estaría mucho tiempo allí.

Era cierto, Zafiro pasaba una hora en la tarde, la noche, y algunos minutos de la mañana en su austero cuarto. Lo que restaba del día, iba de un taller a otro, leía en la biblioteca, o en el estudio de Merlín. Comía solo, en algún otro lado del castillo, y así, hasta llegada la noche, en la que se desmayaba en la cama.

Tenía once años, y ya hacía mucho mas que cualquiera de su edad, o es lo que él pensaba.

—Ha salido el sol de una manera que no te imaginas —dijo la mujer—, creo que eso es un buen día.

—Ayer dijiste lo mismo —dijo el niño.

—Si, y el día anterior también —respondió ella—. Lo repetiré hasta que estes convencido en que es cierto. Has despertado, ¿Qué más puedes pedir?

Zafiro recordó que Baba le dijo que debía ser amable, que no caiga en el juego de Merlín, entonces decidió que debía hacer la diferencia. Se sentó en la cama, y le dio la razón.

—Creo que tienes razón —dijo, y esbozo una pequeña sonrisa.

Melinda sonrió. Se acercó a la cama, y le beso la frente con suavidad. Ella no podía tener hijos, así que cuidar cuando tenia tiempo al pequeño hijo de un gran mago era todo un honor.

—Vamos, comeremos unos frutos bajo el sol, y luego podrás ir al taller —dijo, alentándolo.

Zafiro asintió, no del todo convencido. Cuando ella se fue, él salió de la cama. Se puso una camisa que le quedaba larga hasta las rodillas, un pantalón algo suelto, y sus botas gruesas. Nada de eso le pertenecía, era de algún joven y pequeño aprendiz de caballería. Se ató su largo y oscuro cabello, y trato con todas sus fuerzas de creer que sería un buen día.

¿Qué haría la diferencia? Se preguntó al salir de su cuarto. Zafiro esperaba un milagro, aunque Merlín en más de una ocasión le dijo que eso no existía.

Tras desayunar, tan lento como pudo, entró al castillo. Ignoró a todas las damas que lo saludaban, que de alguna forma le daban el apodo del pequeño amargado y lindo a la vez, y se apuró para llegar al taller.

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