Detras de un Guardian.

71 8 43
                                    

Merlín lo empujó a hacer algo que por mucho tiempo solo estuvo en su cabeza. Habían pasado días en que supo la verdad detrás de la misteriosa mujer, no volvió a ver a Melinda, y los días de estudio junto a Morgana dejaron de coincidir.

No tuvo que pensar demasiado para darse cuenta que todo era causa de Merlín. Ahora el mago hacía que las pocas personas que lo mantenían con una sonrisa, y hacia que sus días fueran un poco mejor, se alejaran.

Zafiro estaba agotado de tanta soledad.

—Y si voy a estar solo, mejor estarlo lo completo —dijo antes de dar su próximo paso.

Con diecisiete años, a un par de semanas de los dieciocho, Zafiro no perdía la elocuencia en sus palabras y actos, ni mucho menos la curiosidad en sus ojos azules. Se mantenía tal cual cuando era un niño, que aún siendo gruñón y distante, no dejaba de ver curioso el mundo que le rodeaba.

Esta curiosidad se sumó a sus ganas de estar lejos de aquello que le hacia mal, y lo condujo a lo que sería su próximo refugio. Se metió en el bosque (como normalmente haría) dejándose guiar por los sonidos de la naturaleza, la suavidad del sol que atravesaba las frondosas copas de los árboles, el verde pasto y hierba bajo sus pies descalzos, notó un ser particular. Un ratón, pequeño, de grandes orejas, y cola muy larga.

Lo reconoció en el acto, y sin dudarlo, sintiéndose como su madre se sintió una vez, fue detrás del roedor.

Y solo porque sentir cierta inseguridad, fue dejando un rastro mágico para evitar perderse. Sabia de ante mano, que esos roedores llevaban a cualquiera por un camino laberíntico, hasta dejarlo en la nada.

Sin embargo, este fue gentil. Supuso que se dio cuenta de quien era hijo, como para evitar la crueldad de seguir a ciegas la curiosidad.

Lo llevó más allá del lago que se ocultaba casi en el centro del bosque, lo cual lo puso nervioso. Estaba yendo solo a donde antes no, y no quería ver que tan cierto era el dicho "la curiosidad mató al gato" o en este caso, al muchacho. Iba a continuar hasta donde él creyera prudente.

—Comienzo a creer que solo quieres que me extravié —dijo, algo asustado.

Estaba por dar la vuelta y volver, pero alguien habló.

—¿Por qué crees eso? —preguntaron.

Reconoció su voz en el acto, y se desesperó en cuestión de segundos. La buscó, y no la encontraba por ningún lado. ¿Cómo era posible tenerla tan cerca y lejos a la vez? Zafiro estaba a punto de perder la poca cabeza que le quedaba, y comenzaba a creer que aquello solo era un alucinación, lo que su corazón agotado y cabeza atormentada más deseaban.

 Cada mañana que pasaba alejado de ella, se hacía a la idea de que ya no le hacía falta, que pronto la olvidaría. No sentía rencor, pero debía admitir que seguir viviendo con la ilusión de que vuelva por él no le hacia bien. 

Tropezó, quedando de rodillas en el suelo, y sintiendo las lágrimas calientes al borde de sus ojos cansados.

—Lo siento tanto hijo —exclamó Baba.

Salió de su escondite, y se apuró en llegar hasta el pequeño bulto en que se convirtió su hijo. No podía permitirse que su creación más preciada se rompiera, aun más de lo que estaba.

—Oh, mi niño —murmuró.

Lo abrazó,  sintiendo el calor de su piel contra el frío azul que era la brillante piedra que la cubría. Sus latidos le devolvieron la alegría que perdió el día que lo perdió a él. Zafiro le correspondió, y lloró sobre su hombro, los años que le hizo falta algo tan necesario como su amor.

Glitter & Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora