|¿Cómo me fui a enamorar de ti?|

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🌠 Nota de la autora: este capítulo pertenece a la línea de Destinados. No le puse las estrellas en el tiempo por temas de estéticas. Y le recuerdo que Olivia tiene casi la misma edad que amorcito de su vida (en esta línea)🌠



1820, España.

Salió del pequeño bosquecillo trastabillando y refunfuñando, como acostumbraba a pasar cada vez que se juntaban. Olivia se detuvo a sacarse un par de hojas pegadas al cabello, mientras esperaba a que su compañero de juego saliera.

Le decía así, pese a la diferencia de edad, y que ella aún estaba en la edad en donde podía salir sin molestarse no verse como una dama. Aunque con dieciséis años, mantenía cierta postura, y comportamientos, que se perdían cuando lo veía a él.

Con él dejaba de ser la joven calmada, que podía pasar horas con un mismo bordado hasta que quedara perfecto. Su cabello dejaba de tener la forma delicada de ser peinado con cuidado, y la risa brotaba como una melodía descuidada.

Unas pisadas la sacaron de los pensamientos en los que estaba sumergidos, y que involucraban al dueño de quien la sacaba de la rutina.

—Pensé que te habías perdido —dijo al verlo.

Sonrió, solo como con él lo hacia.

—Hace falta más que un bosque para que suceda —contesto.

—Mari, admítelo, casi lo haces —dijo ella en un tono burlón.

—¿Por qué pasó una vez, crees que lo voy a volver hace? —pregunto indignado.

Olivia asintió dando una sonrisa, que a Marius le pareció muy brillante. Más que cualquier otra que solía darle. Lo que no hizo más que confundirlo. Porque ella era su amiga, la más joven entre cualquier otra amiga, y la que le hacía ver el mundo un poco más divertido. Sin siquiera reparar que ella andaba tan a la deriva con sus sentimientos, tanto como él.

Dio un soplido, y se sacudió el polvo de la camisa.

—Bien, se hace tarde —dijo.

—¿Qué harás? Pensé que tu madre te dio la tarde libre.

—No todo se trata de lo que hago en mí casa —dijo—. Me han invitado a un baile, de eso con madres desesperadas por casar a sus hijas con alguien.

—Lo haces sonar horrible.

Miro al cielo, y una sonrisa inocente se dibujo en su rostro. Suspiro con anhelo, soñando despierta con que algún podría ir a esos bailes, sin que le dieran alguna clase de excusa para que no pasará. Porque el mayor temor, al menos en ese momento, es que sus padres no la dejarán asistir, o peor aún, que no la inviten a ninguno.

—Tierra a Olivia —Marius agitó una mano frente a ella—. No lo hago sonar horrible, es horrible.

—¿Por qué vas? Ansío llegar a los dieciocho años para poder ir a uno, solo a uno, y —sonrió para luego volver a suspirar.

—Voy porque a mí madre le molesta, y todo lo que a ella le pueda llegar a molestar es digno para que lo haga —respondió con una sonrisa arrogante.

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