El mal genio.

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Fue muy particular la manera en que Merlín y Baba se conocieron. El destino tenía algo escrito para ambos, por separado, pero juntos iba más allá de lo que cualquier otro ser, mágico o no, podía imaginar.

A ella se le dio la tarea de vigilarlo, puesto que se esperaban grandes hazañas, aunque esté no fuera ni la mitad de hechicero que llegaría a ser. Baba, quien nació como un simple ser curioso que luego se transformó en saber, supo que esa tarea sería distinta a todas las otras.

Basilisa, su nombre como la semidiosa de la sabiduría y el socorro, tenía muchos años en la tierra al momento de tal encargo. Iba de un lado a otro, ayudando a quien necesitará, y dando las respuestas a preguntas que no dejaban dormir.

Sin embargo, por haberse metido en muchos problemas con el ser humano, le prohibieron ayudar sin mirar a quien. Se le concedió la gracia de solo dar una mano a quien más lo necesitará, a quien estuviese perdido, o sin manera de librarse del peligro.

Ella iluminaba con sus saberes, y calidez. La podían ver de muchas maneras, su favorita siempre fue con la piel que nació, la que la semejaba a muchos trolls. Azul y pulida, de brillantes ojos verdes, y oscuro cabello negro. Tenia gruesos cuernos que la coronaba, repletos de piedras preciosas. Tenía la particularidad de un cuerpo delgado y frio.

Pero la tarde en que conoció a un muy joven Merlín, no estaba para seguir con su tarea, iluminar con su don o paseando con su verdadera piel. En aquel bosque salvaje, iba como una ninfa de largo cabello azul, jugando con otras que se asemejaban a ella. Era delicada como una flor, y alegre como la brisa de verano. Sus ojos verdes no dejaban de brillar, y no se avergonzaba de solo cubrirse muy poco.

Aunque estaba dictado que era él quien la descubría a ella vigilándolo, su primer encuentro estaba lejos de ser así.

Cómo si de una ninfa cualquiera se tratara, Merlín la atrapó con una red, haciendo que el resto huyera, y él se quedara con ella. Las mejillas de Baba enrojecieron de la furia.

—¿Qué crees que haces? ¿No sabes quién soy? —preguntó disgustada.

No lo esperaba, cuando el nació ella ya dejaba de vagar buscando a ayudar a todo el mundo. Con la edad que él tenía casi no se mostraba con la misma frecuencia de antes.

—Eres quien me ayudara con un conjuro —respondió.

Tomó la red, y comenzó a caminar, arrastrando consigo a la ninfa. Merlín estaba muy seguro de lo que hacía, hasta pensaba que era una magnífica idea. Le cortaría el cabello, usaría las flores que decoraban su cuerpo, y luego la liberaría.

—Y no intentes nada, esto está hecho por tejedores mágicos —añadió.

Baba se río, era lo único que podía hacer, frente a una tonta consigna. Ningún artilugio como esos le afectaría a su magia, menos aun siendo una semidiosa.

—Lamento decepcionarte, joven Merlín —dijo, y este se frenó.

—¿Cómo sabes mí nombre?

Al voltear se encontró con algo que estaba lejos de ser una ninfa. Su pálida piel ahora era azul claro, con manchas oscuras. Conservaba su largo cabello azul, mucho mas oscuro, aquel que iba a cortar sin piedad, que cubría su pecho. Pero lo más llamativo era su mirada. Era verde, tan claro que parecían transparentes.

Se acercó a ella, y sacó la red, para luego ponerse en cuclillas y verla directo a sus inmensos ojos. Sentía temor por haber arrastrado a la sabiduría por el suelo, pero como un efecto mágico, también sentía curiosidad.

—¿Ahora sabes quién soy Merlín de Ambrosia? —preguntó cruzándose de brazos.

—Eres una Diosa —murmuró.

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