🌠Bandidos🌠

64 8 46
                                    

Sonora, 1849

Hizo un largo viaje a través del desierto. O al menos eso creía ella. No había más que la nada misma. Una llanura por completo seca, y calurosa.

Arabella se sentía idiota por no haberle específicado a la mensajera en que parte de América quería que la dejarán. Y más todavía, por haberse ido en armas con ella. Estaba teniendo una pésima racha con su humor, y aquella bruja no le ayudo a que mejorada.

Ahora se encontraba en un camino, siguiendo las indicaciones de una extraña, que tuvo la afortunada coincidencia de encontrar.

—Creo que te lo mereces —dijo la yegua blanca.

—Cierra el hocico o te hago pegamento —dijo la rubia.

—Te quiero ver intentarlo.

Siguieron el camino, a paso lento, y entre quejidos por parte de la rubia. Hacia una semana que iba de pueblo en pueblo, desde Europa hasta México. Aunque estaba segura de que prefería haber terminado en un pueblo fantasma que en medio de la nada.

Y con ese deseo en mente un pueblo se hizo presente ante su visión. White se apuro en llegar, porque ya no soportaba el peso y el humor de la rubia encima suyo.

Llegaron justo para el atardecer. El sol parecía ponerse a su espalda, dándole, a cualquiera que la viera, una visión cálida de la misma.

—Todavía no bajes —dijo White.

—No pienso hacerlo —murmuro Arabella.

Hicieron unos metros y un hombre las detuvo. En ningún momento Arabella quitó la vista del camino, ni la mano del cinturón.

—Hola hermosa dama —hablo un desconocido, siendo ignorado por completo.

Por dentro, Arabella contaba el tiempo que tardaba en decirle algo fuera de lugar, y cuánto tardaría ella en defenderse. Hizo un gran esfuerzo, armarse de paciencia frente a la catarata de halagos mezclados con improperios.

—¿Quieres que te diga dónde queda el burdel? Así vuelves de dónde saliste, bruja —vocifero.

Y colmada, con un rápido movimiento, desenfundó el arma que venía sosteniendo, y solo le bastó un disparo para callarlo. Escupió el palillo que venía masticando hacía horas, y se inclinó para ver la mirada horrorizada del hombre. Alzó el ala del sombrero con el cañón de la pistola, siendo atravesada por el olor de la pólvora.

—La próxima no falló —dijo, y dio una sonrisa perversa.

La bala dio en la copa del sombrero, haciendo que este cayera hacía atrás por el impacto.

—Y se donde queda el maldito burdel —añadió, y se enderezó.

Le chiflo a la yegua, y está comenzó a a andar. Quienes se le había quedado viendo, continuaron con lo que estaban haciendo, esquivando cualquier contacto visual.

A esa altura del siglo, a Arabella parecía no molestarse por guardar las apariencias. Si ella estaba decidida a algo, sea defender su honor, o demostrar quien tenía el poder, lo hacía con total impunidad. Y eso no ayudaba a que bajara de dónde estaba subida. Y muy pocos se atrevían a hacerlos.

De lo único que agradecía bajar, era de la montura de la yegua, y está también lo hacía. La ato a un poste, y le trajo algo de agua, y varias frutas.

Con White lista, se metió al bar que allí había. Por suerte, o por la hora, aún no había tantas personas. Solo el cantinero, y un par más refugiados en una esquina.

—Hola —dijo acercandose a la barra.

Dejo la pistola en esta, y el sombrero del otro lado.

—Veo que eres la del disparo —dijo el hombre, y le sonrió.

Glitter & Gold.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora