|Un día en España|

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Londres, 1968

Hisirdoux despertó, y vio a un costado. No sabía bien porque lo hacía, simplemente lo hizo. Cómo si alguna mañana aquel lugar fuera ocupado por alguien más.

Dio un suspiro, y volvió la vista al techo. Aún con todo lo que tenía que hacer ese día, lo último que deseaba era salir de la cama. Pero la avasallante energía de alguien más le hizo dudar de que eso fuera posible.

En cuestión de segundos, ya tenia a Olivia saltando a un lado de él.

—Buenos días dormilón —dijo alegre, y se recostó a su lado.

—Hola luciérnaga —saludo, y le dio un beso en la frente cuando Olivia se abrazó a un costado—. Veo que amaneciste antes que el sol.

Olivia lo soltó, y apoyo sobre sus codos, para poder verlo y darle una gran sonrisa.

Ay papá, es que son vacaciones ¿Entiendes? Iremos a España con Esther, y oh —sonrió con cierta ilusión—. Papá será maravilloso.

Con algo de esfuerzo, porque el cansancio era mucho mayor que la emoción de su hija, alzó la mano para acariciar su mejilla. Y es que no entendía porque tan alegre de volver a la vieja España, pero aún así se sentía por completo pleno de verla brillar como lo hacía.

—No te entiendo —dijo él.

¿Qué cosa pa?

—Que eres lo que más aprecio y amo en esta vida, y sigo sin entenderte —respondió, dando una sonrisa un poco torcida.

Papá.

—¿De verdad? ¿España? ¿Qué hay ahí?

Olivia le ofreció una sonrisa aun más grande, produciendo que se le achinaran los ojos, y lanzo un chirrido de alegría.

Salió de la cama, y anduvo por todo el cuarto, dejando una estela llena de brillo plateados por donde pasaba. Se pauso, y tomo aire, hasta que logró volver a sus cabales.

—De verdad, no se porque tanta emoción de volver a España —dijo Hisirdoux, y salió de la cama.

—Pa, siempre es emocionante volver a España, a pesar que la casa fue alcanzada por un rayo.

El pelinegro frunció la boca a la par que alzaba sus cejas, y guardo cualquier clase de comentario al respecto de lo que verdaderamente sucedido.

—Ire hacer el desayuno, tu desayuno, yo ya desayuné —aviso, y salió del cuarto.

Cuando ella se fue, el gato negro entró. Trepó hasta el tocador que allí había, y siguió con la mirada a su familiar. Este sí esperaba que Hisirdoux hiciera algún comentario al respecto, pero su silencio decía más de que lo podía hablar.

—Claro que no fue un rayo lo que que comenzó el incendio en tu antigua casa.

—Si, tienes razón. Le diré a mí hija, que su madre, en una severa crisis de rabia quemo la casa —dijo Hisirdoux—. Vamos Arch, todos prefieren creer que Circe no es capaz de tal cosa.

—Quizás si le dices que Circe no está bien, ella te diga donde . . .

—No me interesa saber donde está —le interrumpió—. Ella me pidió tiempo, y espacio y se lo di.

—Han pasado muchos años desde la muerte de Fred, desde que se cree que Desdemona la asesinó —dijo Archie con una clara preocupación.

Y es que su motivo para hacerlo, de cierta forma, era válido. No solo porque extrañaba a la pelirroja que vio crecer por siglos al lado de su familiar, sino porque parecía ser que la falta de esta en la vida del mismo hacía que él actuará de manera vacía.

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