CAPITULO 34

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Tormenta incesante.

17 de agosto de 2023.

Anastasia.

El miedo no es un buen amigo de la calma.

Es un sentimiento que luché durante años por no conservar, por deshacerme rápido de él para que no asaltara mi vida de la forma en que está haciéndolo ahora, pero que durante estos últimos días se ha vuelto muy familiar para mí, buscando un hueco a la fuerza en mi vida para meterse y no irse.

El llanto de mis hijos me aturde, quisiera hacer algo más que temblar. Quisiera desaparecer este nudo en mi garganta que aflora las lágrimas, este desespero que me nubla la mente y me impide actuar bien.

Creo que escucho algo más a mi costado, aunque no estoy muy segura de ello. Permanezco arrullando a los gemelos en medio de lágrimas, pero no hago más que molestarlos, intensificando su llanto.

Un par de manos queriendo llegar a las mías me hacen saltar sorprendida al momento en que el golpe de realidad me hace caer profundo en un pozo sin fondo mientras me acoplo a la vista algo temerosa de los ojos de mí hija sobre mí.

—Mamá, ¿necesitas ayuda?

Su postura es erguida, su voz sale en un susurro, y apenas si alcanzo a preguntarme por dónde entró cuando ella toma el control de la situación, dejándome entumecida al verla cernirse sobre la cuna, arrullando a sus hermanos mientras se dirige con el tetero en dirección a un Sebastiano que primero se queja y luego comienza a comer.

Estoy aturdida, y Aleska no deja de mirarme con duda. Con el cese del llanto de Sebastiano, el de Stefano se ralentiza, pero no se desvanece. Mi respiración comienza a encontrar un ritmo normal mientras las lágrimas dejan de caer.

—Papá lo hace así cuando es él quien llora —me informa y tardo en darme cuenta que se ha desecho de la media derecha de Sebastiano y ahora pasa la yema de sus dedos con suavidad por la planta de sus pies—. A Stefano debes pasarle uno de tus dedos por el puente entre sus cejas y su nariz.

—¿Qué?

Aleska me sonríe cálidamente, como si me quisiese dar el abrigo que no siento, la calma que no encuentro. La puerta que da a la habitación de sus hermanos está abierta y mi pregunta se responde sola al darme cuenta que entró por el cuarto contiguo porque mi puerta se encontraba cerrada.

—¿Puedes sacarlo por mí? —pide en voz baja, nerviosa—. Le cuesta comer si está dentro de la cuna.

Con las manos ardiendo de temor, me exijo calmarme al tomar a Sebastiano y acomodarlo en los brazos de su hermana al ver que se sienta sobre la cama. Stefano paraliza su llanto cuando voy por él, sus ojos curiosos buscan los míos y cuando está por comenzar a llorar de nuevo, hago lo que Aleska me indicó, paseando mi dedo por el puente de su nariz antes de cargarlo.

No deja de llorar, pero su llanto merma un poco, acabando por completo cuando lo acomodo en mi pecho. Sus manos se abren y se cierran, me pierdo en las lágrimas que limpio de sus mejillas y me digo a mí misma que son bebés, que está bien que lloren. Intento creérmelo aún cuando me cuesta, mucho más al ver que comienza a removerse.

Creyendo que al igual que su hermano, me rechazará, mi esperanza es baja cuando intento que succione la leche de mi seno, pero la sorpresa y la calma azotan mi cuerpo cuando luego de un par de quejidos, sus pequeños labios tiran de mi pezón, succionando y alimentándose como no lo hizo su hermano.

Me quedo sin aire, hay una ligera sensación de dolor cuando Stefano tira de mi pezón, pero rápidamente me acoplo a la nueva sensación, pasando mi dedo por el puente de su nariz mientras lo miro y camino en dirección a la cama donde Aleska mira con asombro la escena frente a ella.

PODEROSA VINDICTA [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora