CAPITULO 21

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El infierno en la tierra.

25 de junio de 2023.

Anastasia.

La luz me ciega al golpear directo a mis ojos los cuales lucho casi en vano por abrir en medio del cansancio tan arrollador que me pide que los cierre nuevamente. El mareo le sigue al golpe de falta de aire que me insta a separar los labios en busca de una bocanada de aliento al apretar los parpados con fuerza.

Estoy agotada, no tengo fuerzas para incorporarme del todo. Sé que estoy sentada porque mi espalda duele. La resequedad en mis labios compite con el dolor en mi garganta ante la falta de humedad que me obliga a carraspear aún con los ojos apretados.

—Anastasia.

Reconozco la voz de Natalia a mi lado. Vuelvo a exigirle a mi cuerpo que ceda ante mis órdenes, pero no lo consigo.

Una mano envuelve la mía, el calor me descoloca y me sorprendo al abrir los ojos en busca de información. Arriba, Anastasia. No veo más que lo que parecen sillas que se pierden en una neblina de mi mirada borrosa que no colabora con mi sed de algo a lo que aferrarme.

—Ey, estoy aquí.

Mi cabeza cae a un costado, pero algo detiene mi caída. Vuelvo a abrir los ojos, esta vez tengo un vistazo más claro de lo que me rodea. Sillas. Son asientos de avión frente a mí.

Intento llegar a la mano de Natalia, pero mi mano derecha está esposada al asiento y tengo que reunir todo el poco aliento que me queda para mirarla por encima de mi hombro.

—¿Cómo te sientes? —Su voz suena caída, tanto como seguro sonará la mía si abro la boca—. Estamos en el aire —lucha por carraspear, pasando saliva al final—. No sé dónde estamos.

Le falta el aliento tanto como a mí.

El calor es insoportable. Quiero algo húmedo en mis labios y agua pasando por mi garganta para quitarme la sed, pero no nos dan nada en el viaje y solo mantengo una mirada en mi cabeza sin responderle a Natalia porque ni ella ni yo tenemos fuerza para hablar o buscar información.

¿A dónde coño nos llevan, malnacidos?

No mido el tiempo, tengo un vacío en la cabeza y solo mantengo mi mano en mi vientre escuchando conversaciones distantes que no alcanzo a descifrar no sé si porque se desarrollan entre susurros o porque mi cabeza no consigue tomar órdenes coherentes.

Estoy lucida por momentos, a retazos, sin poder conectar los hilos de todo lo que ha sucedido quizá en las últimas horas.

¿O son días?

Repaso mi vientre, cansada. No tengo fuerzas para nada, y apenas si alcanzo a aferrarme al asiento del avión una vez siento el descenso desde lo más alto, haciendo retumbar mis oídos cuando paso saliva y se me destapan un poco.

Voces se acercan, pasos se alejan también.

Pero el calor aumenta haciéndome añorar el frío porque el sudor me empapa la frente y me hace removerme incómoda ante el vestido pegándose mojado a mi piel.

No pongo resistencia una vez me sueltan y dos hombres me levantan. No los reconozco y no sé si es porque estoy embarazada, pero no me zarandean con la misma fuerza con la que veo que arrastran a Natalia que se queja y los maldice mientras yo lucho por no caerme al bajar las escaleras del avión.

Mis ojos se acoplan a la luz tan fuerte que impacta contra nosotras, el calor rápidamente cobra aún más fuerza a nuestro alrededor mientras la arena revolotea frente a nosotras dándonos el panorama completo de la mierda a la que nos enfrentamos.

PODEROSA VINDICTA [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora