Capítulo 40

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"¿Qué si yo te amo? Dios mío, si tu amor fuera un grano de arena, el mío sería un universo de playas."

― William Goldman, The Princess Bride.


POV Armando


-Buenos días mi vida hermosa, no sabe cómo la he extrañado -le digo bajito, mientras me acerco a ella, que lleva puesto ese precioso conjunto de traje rojo que tanto me encanta.

Betty está de pie frente a su escritorio, tiene en la mano las tarjetas de sus dos obsequios y en el rostro una sonrisa pícara que me enloquece.

-Doctor Mendoza, buenos días, veo que esta mañana decidió demostrar sus habilidades para escabullirse en oficinas ajenas.

Dejo salir una pequeña risa, tratando de no hacer mucho ruido.

-Por usted doctora Pinzón -le susurro -por usted yo me arrastraría ida y vuelta al mismo infierno, si de eso dependiera poder verla y poder...

Me acerco a ella y tomo su cintura, la atraigo hacía mi abrazándola contra mi cuerpo, sus manos viajan instantáneamente a mi cuello y ella se abraza a mí con la naturalidad con que ahora lo hace, mientras que mis labios quedan a pocos centímetros de los suyos.

-Te extrañé demasiado Beatriz, ya no sé qué voy a hacer ahora, todo el día solito, cuando tú no estés a mi lado, rondar por ahí como un alma en pena será -le susurro mientras suavemente la arrincono contra su propio escritorio.

Ella me sonríe.

-Yo también te extrañé -me susurra de vuelta, su tibio aliento acariciando mi piel.

Me llama, toda ella me hipnotiza y me arrastra a buscar ese lugar del universo en el que me siento completo.

Recorro sin dudarlo más el breve espacio que queda entre mi boca y sus deliciosos besos, me hundo en el sabor de sus labios y me pierdo en ella, estoy entre sus brazos y ella me besa de vuelta.

Mi lengua juega con la suya delicadamente, reclamo un poco de acceso y luego dejo que tome control ella, los papeles se invierten y soy yo quien cede, dejando gustoso que ella me atrape y hasta me muerda un poco a su propio ritmo y medida.

Esta mujer divina, que es la razón de mi existir me besa con una pasión tal que me derrite el corazón y me acaricia con una ternura con la que nunca antes me había tratado nadie.

Beatriz me besa y cada uno de sus deliciosos besos me llena de ella, de su presencia en mi vida, no necesito nada más.

Bueno, excepto tal vez aire.

Y seguramente a ella también.

Ese mismo aire que me empieza a faltarnos y que nos obliga a separarnos, espaciar un poco los besos hasta que yo me alejo un instante y la mira, llevo mi mano a su mejilla y ella asiente. Creo que ha sido evidente mi intención.

-Voy a frenarme un poquito mi vida porque si no vas a terminar prohibiéndome la entrada en esta oficina -le digo mientras respiro profundo sonriéndole, la acaricio y ella me devuelve el gesto acariciando mi nuca.

-Y no queremos que eso suceda -responde Betty en un susurro ahogado.

-No señora, no queremos.

Los dos reímos bajito.

Entonces decido que es mejor aflojar un poco mi agarre porque la sensación de su cuerpo contra el mío empieza a despertar en mi unas ganas de ella que ahora mismo, no tienen mucho futuro. Y creo que mi amigo no va a entender razones si lo dejo que continúe entusiasmándose.

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