Capítulo 32

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"Tú eres el dolor que yo gustosamente llevo con una sonrisa; la obsesión que lentamente me mata mientras yo sigo rogando por más."

― Ranata Suzuki



POV Armando


Finalmente, es como si la opresión en mi pecho hubiera encontrado una válvula de escape, el peso sobre mis pulmones y mi espalda se relaja, pero no puedo aún controlar el nerviosismo en la boca del estómago.

Entrando al ascensor que nos llevará al parqueadero me siento emocionado, siento como si hubiera ganado una batalla con ella colgada de mi brazo, en público.

Ninguno de los dos dice nada, y tal vez sean ideas mías, pero puedo escuchar la electricidad crujir dentro de esta cabina. Esto no está ni cerca de terminar, ni de lejos estoy para conformarme solo con que vaya elegantemente de mi brazo.

-Por este lado Beatriz... -Le digo cuando salimos del ascensor -De aquel lado está mi carro. -señalo hacia el fondo del lado derecho.

-Armando pero... mi carro está por allá -señala al lado izquierdo -yo vine sola, no puedo dejarlo acá.

-No Doctora, me disculpa, pero usted se viene en mi carro, ni crea que la voy a dejar irse por separado... No señora –le digo con seriedad.

-¿Y entonces dejo mi carro botado acá? -me pregunta con expresión contrariada.

-No vamos a discutir precisamente por esto, Beatriz. Está en un parqueadero seguro, mañana se lo mando a buscar, o si es preciso vengo yo mismo a buscarlo y se lo entrego en sus manos... Pero de ninguna manera usted va a salir de mi vista a partir de este momento. -Le digo lo más firme que puedo, mirándola a los ojos con expresión sería y sin darle oportunidad a que busque más excusas.

Pero ver esos ojos almendrados no hace más que agitarme esa sensación en la boca del estómago, desvío la vista a sus carnosos labios entreabiertos por la sorpresa de lo que le he dicho, pero decido que es suficiente recreación a mi vista y disimulo, volviendo a retomar el camino hasta mi auto con ella de mi brazo.

Y ella no opone ninguna resistencia, simplemente se deja llevar por mí.

-Confío mi auto en sus manos Doctor Mendoza -me dice mientras caminamos, sin soltarme -estoy segura de que si no ha perdido el suyo no va a perder el mío ahora -afirma con una pequeña risa.

-Graciosa... -digo como para mí mismo en un susurro, pero estoy seguro que me escuchó.

El sonido de sus tacones al caminar es como ruido blanco que me ayuda a concentrarme, me permite contar, uno... dos... tres... Pero mi mente aún sigue consiente de las terminaciones nerviosas de mi brazo, sujeto por su pequeña mano y todo mi lado derecho incluso a través de las dos prendas que llevo, se siente tibio por su cercanía... No, no hace falta ver sus labios para que se sigan agitando las ansias en mi estómago.

Llegamos hasta mi auto y paso directo a abrir la puerta para ella, deslizando su mano de mi brazo a mi mano para ayudarla a sentarse en el asiento.

Por Dios, ¡Esta mujer hoy es un completo peligro para mí determinación!

El color verdeazulado de su vestido de mangas cortas contrasta con esa piel sedosa y tibia como la canela, lo veo en su escote en forma de corazón que atrae mi atención mientras se desliza en el asiento. Estuve a punto de tomarla con cuidado de su cintura, sin saber cómo me he aguantado por no ser el momento para ello.

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