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El sol de verano es demasiado incomodo, hace que la piel queme y las ropas se empapen de sudor, pero eso es algo que Bakugo ya ha pasado por toda su vida y no tenía ningún problema, pero desde hace tres años los tiene y ahora correr tras una pequeña personita que comparte su temperamento y apariencia le resulta más trabajoso, se ha vuelto una increíble rutina.

Los pequeños pies de su adorable, pero traviesa princesa, corren firmemente hacia la cocina, la encantadora risa que suelta y la manera en que sus bracitos se agitan por inercia le hacen grabarse ese momento en el alma. La verdad es que fácilmente puede atraparla, no es algo de mucha ciencia ni complicado en lo absoluto, sin embargo, no quiere arruinarle el juego. No como otras tantas veces lo ha hecho.

— ¡Vuelve acá, mocosa! —hace sonar con más fuerza sus pisadas, haciendo que su hija chille de la emoción.

— ¡Mamá! —grita su hija, llevándose ambas manos al pecho y acelerando su desesperada carrera— ¡Mamá!

Se lanza hacia el frente, atrapando en brazos a su hija y alzándola del suelo con muchísima facilidad, el grito y carcajadas de su niña sumándose a la de él. La abraza contra su pecho, coloca los labios en la regordeta mejilla y sopla con fuerza, el sonido haciendo reír más a su hija. Seguramente a la pobre le ha de doler ya la barriga.

El sonido de pasos lo hace detener el ataque, su Hikaru quedando laxa entre sus brazos. Se ha agotado por completo, lo que espera sea de ayuda para quienes la van a cuidar. Voltea a ver a quien recién ingresa a la cocina y el corazón se le acelera como aquella primera vez que lo conoció. Eijiro luciendo únicamente una camisa negra con un estampado de cráneo humano blanco en el medio, le sonríe de lado mientras niega con la cabeza, encaminándose a él para tomar en brazos a su hija.

— Deja un poco de energía para tus padres, ¿sí? —Dice Eijiro, pero él solo puede pensar en lo hermoso que es su amante, la madre de sus hijos.

— La estoy cansando lo suficiente como para que mis viejos puedan atraparla —posa la mano derecha en la espalda baja del pelirrojo, usando la diestra para cubrirle los ojos a su hija—. Dame un beso.

— Kats...

— Ella no está viendo —señala con un cabeceo a Haruki, quien suelta una risilla e intenta apartarse la gran mano de los ojos—. Solo uno.

— Te has vuelto sumamente demandante.

Es lo que Eijiro dice, pero aun así pega el pecho contra suyo y se pone de puntillas para besarlo en los labios, un beso fugaz sí, pero que más tarde piensa hacerlo tan duradero que el aliento les falte. Le permite alejarse, apartando la mano de los ojos de su hija, quien sonríe radiante, una sonrisa que es idéntica a la del pelirrojo.

— Papá besó a mamá —Son las palabras de Haruki, quien suelta una risilla al final.

— Sí, lo hice —acerca su rostro al de la pequeña, besándole la mejilla—. Ahora ve y despierta a tu hermanito, ¿sí?

— ¡Sí! —Eijiro coloca a la nena en el suelo y ambos la observan correr fuera de la cocina, conduciéndose seguramente a hacer lo que su padre ha dicho.

— ¿Eras así de niño? —pregunta su pelirrojo, viéndolo con una ceja arqueada.

— ¿Yo? Claro que no, seguramente ese comportamiento viene de ti.

— ¿De mí? —su amante suelta la carcajada y él no duda en atrapar la cintura con ambos brazos, atrayéndolo contra su cuerpo y le muerde la mejilla izquierda— Oye, no. Kats, espera —la risa y su vago intento por apartarlo es una invitación para que no lo suelte y siga mimando, lo sabe muy bien. Lo conoce demasiado bien—. Hey, tus papás están por llegar y debes ir a trabajar, para con esto —Dice eso, pero la manera en que los brazos le rodean de los hombros y lo atraen a un abrazo dice todo lo contrario.

Un Omega Para Mí (BakuShima)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora