XXXVI

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Lo último que recordaba era el dolor en su cuerpo, extendiéndose como un veneno que amenazaba con hacerlo colapsar en cualquier momento

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Lo último que recordaba era el dolor en su cuerpo, extendiéndose como un veneno que amenazaba con hacerlo colapsar en cualquier momento.

El choque de las temperaturas contrarias estaba haciendo estragos en su cuerpo. El calor de una mutación repentina no congeniaba de la mejor manera en su situación, el agua helada le provocaba calambres dolorosos, entumeciendo cada músculo como si fuera atravesado por miles de alfileres al mismo tiempo. Se sentía sofocado, moviendo sus patas lo más fuerte que podía para hacerlo llegar hasta la superficie, el brillo de la luna, siendo su única guía que atravesaba la barrera del agua.

¡Maldita sea! Dolía. Dolía todo, necesitaba descansar, tomar un respiro, mas ahora seguiría luchando, debía hacerlo para escapar del dolor.

No volvería, él no regresaría a ese infierno al cual fue sometido, reprimido, suprimido a estar bajo órdenes, que lo único que provocaron en él fue resistencia, esperando el momento perfecto para no obedecer. Debía escapar y eso solo lo podría lograr al llegar a la orilla del lago. Parecía tan lejana y al mismo tiempo tan cercana. Los espasmos que lo atacaban cada minuto lo obligaban a doblegarse, pero no lo haría, lo había intentado de verdad que sí trató que fuera posible, mas eso ya no era una opción, la situación sobrepasó sus límites.

Exhausto, aun temblando por el dolor y el frío, logró llegar a la ansiada orilla, acurrucándose sobre la fría tierra. No mutaría de regreso, no hasta que todo terminara de pasar. Solo hacía falta un poco más. El dolor que le atravesó hasta lo más profundo de su alma le dejó claro el final.

Quizá fue en el momento que cerró sus ojos para soportar mejor el dolor o solo fue que tensó demasiado los músculos, mas lo podía sentir, cómo poco a poco su interior quedaba vacío, algo resbaló fuera de su cuerpo, el pequeño chillido que salió de él ante la inminente pérdida fue imposible de evitar. Sabía que su parte consciente sufriría, pero estaba hecho, su cachorro ya no existía.

Con movimientos tambaleantes se puso de pie, regresando la mirada hacia lo que yacía en el suelo. Ladeó la cabeza no encontrándole una forma en particular, todo era un cúmulo de sangre. Alzó la vista hacia el otro lado donde sabía que se encontraba ese alfa, aún podía olfatear su esencia nauseabunda, sin embargo, pudo identificar el aroma de los árboles de arce. Dulce, como él, mezclándose con el petricor y las cortezas escarchadas. No dejaría que otro alfa se acercara a ellos hasta encontrarlo.

Alfa.

El agua de la orilla del lago comenzó a lavar los restos de sangre, revelando algo pequeño y un tanto extraño, mas no difícil de descifrar la forma que tenía lo delataba. Con su nariz lo empujó un poco más cerca del agua, haciendo que esta se llevara al fondo del lago aquello que no pudo ser.

Sentado sobre sus patas traseras, esperó. Haciendo silencio, sin quitar la mirada fija en el lago, hipnotizado por el brillo de la luna, la cual pareció brillar intensamente como si se tratara de sus propias lágrimas de plata cayendo en la superficie del agua. Le estaba dando consuelo, uno que necesitaba en ese preciso momento. El viento hizo que su pelaje se esponjara, dejando pequeños cristales de hielo en las puntas y esa fresca brisa le dio el impulso para ponerse en marcha, estando seguro de que podría dejar todo atrás.

Sweet RainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora