Perdido

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Siempre fue inconcebible en todos los sentidos el hecho de que alguien tan imponente como el gran duque Terrier muriese con tanta simplicidad . . .

Pero fue real. Al menos para él.

Una embelezante luz al final del camino nubloso que representaba su eterno sufrimiento, mucho antes de esa puñalada por la espada.

Él lo sintió, un suave aroma embriagando sus sentidos, unos ojos capaces de hacerle dudar de su propia desconfianza hacia el mundo.

¿Quién soy? ¿Qué es esto?

Sentía que la conocía y a la vez no, probar tal vez un sabor que sentía familiar pero a la vez etéreo.

Aún si trataba, era inútil, por más que lo evitara, ella seguía atrayendo su atención, haciéndose la dueña de sus latidos que poco a poco se volvieron más salvajes .

En contra de su propia voluntad su corazón lo abandonó yendo tras ella, persiguiendo sus labios una y otra vez ,con la esperanza tan imprecisa de que permaneciese a su lado.

El eco de sus latidos bajo la luz lunar, ese brillo verde que no hacía más de que confundirle, aquella visión perfecta que estaba muy lejos de ser verdad.

Él estaba sediento de amor.

Aunque nunca lo había sabido, con el paso del tiempo se volvía insoportable.

Quería poseerla.

Había pasado demasiado tiempo vagando por el sendero de la crueldad. Estaba ahogado en frialdad.

Lo deseaba más que nada.

Pero desear no era suficiente.

Ella era su perfecto oasis, su luz y quién creyó que sería su salvación. A quien llamó musa y su razón de existir.

No podía evitarlo, quería beber cada pequeña gota de su esencia hasta hacerla suya, cada concepto, cada fibra de su cuerpo, cada pensamiento y ser la única razón de su sonrisa.

Tal vez la calma en sus ojos, o la perfección en sus palabras era lo que lo hacía caer más hondo en ese abismo de sentir y no saber nada. Esa ceguera incurable, aquello a que los demás llamaban amor; aquella toxicidad embriagante y adictiva.

Tenía tanta sed. . .
Él se arrastró hacia ella con los restos de su destrozada alma. De verdad deseaba que no fuera un espejismo.

Porqué incluso si se resquebrajaba ante ella, él no se rendiría.

Y jamás lo hizo.

Poco a poco, como un botón tardío en verano él se abrió poco a poco, esperando recibir la calidez de su luz.

Sin embargo olvidó una de las lecciones más importantes que le había enseñado la maldad.

Nada ni nadie es perfecto.

Los animales más bellos suelen ser los más peligrosos. La vista desde las montañas florecientes puede ser incomparable, pero un paso en falso te puede llevar a la muerte.

Ella era esa preciosa flor venenosa que te mataba poco a poco, debilitandole y cubriendo sus ojos mientras susurraba palabras suaves y dulces como la miel, con esa piel suave de porcelana, acariciando su alma para luego poder pisotearla.

Se percató de ello una vez estando demasiado envuelto como para regresar.

Tan rápido como sus pétalos espinosos recibieron la luz se marchitaron al ser calcinados lentamente. Demasiado expuesto. Sus latidos seguían ahí, cada vez más veloces, pero la ira se mezcló con ellos una vez comprendió que no había estado más que siendo alimentado por un reflejo de el amor que le tenía a alguien más.

Aquel beso fue mortal.

Su vida se desvaneció como una pequeña llama bajo la tormentosa ventisca del invierno más helado.

Sus ojos perdidos, una lágrima derramada brillando como un cristal no más roto que su corazón, sus trozos luchando, sin poder entender porque aquellos ojos verdes jamás se compadecieron de él.

★★★

Feliz San Valentín.

Atte: Naia Kane. . .

Enamorada del villano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora