Capitulo XXIV: Pastelillos

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Si dos y dos son cuatro, y cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis; dieciséis pastelillos que pronto tendría que entregar. Bueno, teóricamente no, ya saben a lo que me refiero.

"¡Por fin lo hemos logrado! ¡Por fin!" —cuando finalmente alcancé mi objetivo, una mini-yo positiva, se puso a brincotear de alegría en mi mente, celebrando nuestro logro.

Hubiera quedado dramático limpiar el sudor de mi esfuerzo en ese momento, orgullosa de mi trabajo, sin embargo el clima era demasiado frío como para que siquiera sudase —aún si había una chimenea en la habitación— pero eso no me quitaba el logro; esbocé una sonrisa al verlos.

"Ya . . ., no creí que la cocina fuera tan difícil, al final vamos a quedarnos sin dormir" —otra mini-yo se quejó escéptica.

"Pero lo hemos hecho, hay que centrarse en eso"—la mini-yo positiva le refutó, ganando al instante.

Descartando el hecho de que debía ser de madrugada cuando lo terminé y mi mente se volvía bastante loca a esas horas, estas conversaciones internas podían ser raras, pero a veces era lo único que me mantenía —irónicamente— cuerda en situaciones como estas.

Si le hubiese hecho caso a mi negativismo, probablemente al darme cuenta que me quedé dormida no hubiera hecho el esfuerzo ni por levantarme.

El punto es que al final terminé emocionándome después que salió mi primer par sin quemarse o —por el contrario— crudo. ¿Cuánto dinero habría desperdiciado por mi capricho? No quería ni pensarlo, probablemente tendría que vender mi alma o algo así para costearlo, pero lo tomaría como un pequeño préstamo.

Además no podría resistirse a mi glaseado de chocolate —sí, tampoco había podido ni yo mima resistirme a hacer uno—y por gracioso, o ridículo, que sonase, siendo que tardé tanto en lograr los pastelillos, con el glaseado no fue así. Ahora la pregunta era: ¿Cómo los iba a entregar sin verme como una rara?

. . .

Vale, sé lo que quieres desde el inicio.

Te has de estar preguntando —en vez de prestarme demasiada atención— "¿Laila, pero qué pasó después de que oíste la voz extraña?"—o algo por el estilo— pero. . . , es que incluso yo me lo preguntaba.

No quería ahondar demasiado , porqué sabía lo paranoica —y peor aún— curiosa, que podía ser. Porqué había sido bastante extraño, era como si mi cabeza insistiera en no haber escuchado nada, cuando mis oídos me habían avisado otra cosa.

Después de todo, cuando bajé hacia la cocina, los pasillos estaban desiertos y solo se podía oír una ventisca fría que era lo único que hacía que el silencio no consumiese el lugar. ¿Habría sido mi imaginación? a veces podía ser un poco paranoica, pero aun así, una pequeña chispa de curiosidad combinado con una inmensa imaginación que tenía, le daba lugar a muchas otras cosas que pudieron ser.

De hecho, eso me recordaba que muchas veces cuando era niña, me daba la sensación de ser observada o de oír voces que jamás habían estado ahí. Con el pasar de los años, sin embargo me había acostumbrado a que a veces la ventisca podía producir sonidos parecidos a los de una voz, sobre todo cuando había tormentas.

No había llovido, pero aún así cabía la posibilidad. De todas formas no quería ser demasiado curiosa, o bueno, tal vez incluso no debería, tal como me había dicho Arían.

(***)

Estábamos a plena clase, miré sus ojos , me miró, y yo, . . .yo, desvié la mirada.

Así nunca iba a lograr darle nada, lo sabía, pero es que en mi mente sonaba más fácil darle los pastelillos.

Enamorada del villano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora