22. Mi debilidad

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Mar.

Hace cuatro días que no sé nada de Julián.

Estaba caminando por las paredes ya.

Los primeros tres me los tomé con calma. Habíamos estado toda una semana juntos, tenía que hacer sus cosas, yo las mías y se suponía que iba a terminar con Emilia. También me imaginaba que iba a necesitar su espacio, después de todo, estaba terminando una relación. Y eso lo respetaba completamente, no me interesaba estarle todos los días encima ni mucho menos, y no me importaba si no quería ver a nadie por el momento, o no me respondía los mensajes.

El tema era que hace cinco horas Emilia había subido una historia. Una historia que yo miré mil veces. No podía dejar de verla, porque no lo podía creer.

No se veía como una pareja que acababa de terminar, se veían lo más felices por el reencuentro.

Posta que sentí un nudo muy fuerte en el pecho. Me sentí más mal que nunca. Porque hacía cuatro días que quería saber algo de él y resulta que ni terminó con la novia y encima, no tenía la decencia de decírmelo.

A Emilia la había visto en la cursada también, pero ni tiempo de hablar tenía porque estaba a full con el laburo y en clase no podíamos charlar. Igual tampoco tenía muchas ganas.

La bronca que tenía encima era mucha, pero lo peor de todo, era la incertidumbre. ¿Que iba a pasar ahora? ¿Qué significaba esto? ¿Al evitarme daba por terminado todo?

Ni siquiera podía distraerme con las redes sociales porque en todos lados estaban hablando de la nueva novia de Julián Álvarez.

No quería ni pensar, porque yo sé que el me ama. Pero la verdad es que no entiendo nada.

Lo que más me dolía era que no se contacte conmigo.

Literalmente estoy mirando el celular cada vez que suena pero ningún mensaje es de él. Pensé en volver a hablarle, putearlo o algo. Pero preferí dejarlo así nomás.

Volví a salir a correr. Es como que cada vez que tenía un bajón por el estilo me daban ganas de cambiar mi vida mágicamente. Ir a correr no iba a cambiar nada, pero ésta vez, me ayudó a despejarme y me sentí un poquito mejor.

No pude correr mucho tiempo, porque no estaba entrenada, y me agitaba al toque. Pero creo que de a poco, voy a poder ir a más. Estaba motivada para no abandonar al primer día.

Cuando llegué a casa estaba toda transpirada y colorada por el contraste del calor de mi cuerpo y el frío de Buenos Aires. Escuché ruido en la cocina, lo que daba cuenta de que mamá ya había llegado del trabajo y estaba cocinando algo.

Colgué la campera en el perchero y me fui a la cocina para saludarla antes de meterme a bañar.

—Hola ma. —el volumen de mi voz disminuyó al entrar a la cocina y ver la escena.

—Hola, amor. —mamá me sonrió mientras prendía la hornalla—. Justo llegué y me lo encontré a Juli en la puerta, no tenía idea a dónde habías ido así que lo hice pasar.

Miro seriamente a Julián que estaba sentado en la barra acompañando a mi mamá y él me formula una sonrisa forzada.

—Salí a correr un rato. No sabía que venías. —le dirijo la palabra solo porque estaba mamá presente.

Pero el corazón me estrujaba tanto que no sabía que hacer. No esperaba que venga.

—Pasaba a saludar nomás. —dijo Julián, aunque no parecía convencido.

—¿No querés quedarte a comer? —mi mamá metió bocado, como siempre, en otra realidad donde no nota la tensión en el ambiente.

Ya le conté a mamá que estaba enamorada de Julián y, con todo lo del viaje, ella cree que está todo bien entre nosotros. Por supuesto que no le dije que tiene una novia que no soy yo.

Trátame suavemente | Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora