Capítulo 12;

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Capítulo 12.


"Mi dulce niño;

No llores ni te angusties, estoy bien y ruego a los cielos porqué tú lo estés también, cariño. Te amo, niño de mis ojos, recuerda que solo tú puedes decidir qué hacer con tu destino, como manejarlo y qué hacer.

Sé lo que tienes que hacer, y solo puedo decirte que mi corazón no aguantaría saber que te han perforado el alma de esa forma. Soy una mujer adulta, he recorrido años de vida y de experiencias, mi único motivo para estar en este mundo eres tú, tesoro.

Te prohíbo hacer esas atrocidades solo para salvarme a mí, no puedes tomar varias vidas por la mía.

Vive sin esas manchas en tu consciencia, hijo. No permitas que te roben la calidez y la tranquilidad de las noches.

Te amo por siempre, Sehun.

Un beso, mamá".

Oh Sehun no pudo reprimir el jadeo en su garganta, su corazón se sentía atrapado en una cápsula de espinas, lo único que podía sentir era un dolor agotador y sus ojos picando por el ardor de las lágrimas reprimidas.

Maldita la hora en la que él había conocido a ese hombre y lo había envuelto con facilidad en aquel trabajo que le pagaba bien, pero le quitaba su humanidad.

El olor a humedad de su habitación lo tenía mareado, solo quería salir corriendo y gritar como un desquiciado hasta acabar con esa presión dentro de él, alejar ese dolor y estar acurrucado como un niño en los brazos de su hermosa y amable madre.

Oh, ella no merecía aquello. Y todo era su culpa.

Alzó sus ojos verdosos hasta posarlos en la fotografía que tenía con su madre y su padre. Ella tenía su cabello rubio atado en una cola de caballo alta, y vestía con un lindo vestido azul cielo. Su padre estaba con esa bata de hospital a la que dolorosamente se había acostumbrado, no había rastro de cabello en su cabeza y las ojeras de la enfermedad estaban marcadas en su rostro pálido. Por último, estaba él, con un jean negro y una camisa a rayas verdes y azules, tenía ocho años y para ese momento su cabello castaño podía ser controlado con gel.

Fue de las pocas veces que se le permitió ver a su padre mientras moría con esa maldita enfermedad, cáncer de pulmón.

Las lágrimas bajaron sin control, ¿Qué más le quería quitar la vida?, le había arrebatado a su padre poco tiempo después de esa foto, les habían quitado su casa y su dinero, su madre estaba encerrada quién sabe dónde y él, oh, mierda, él estaba cayendo en un pozo oscuro y de frialdad que lo volvería loco.

Se levantó y estampó con fuerza su puño en la pared.

Una, dos, tres veces.

Pequeñas gotas de sangre comenzaron a brotar del lugar, pero él no se inmutó.

—Soy un monstruo, mamá —susurró con sus ojos fijos en la sangre que salía de sus nudillos.

Pero era egoísta por naturaleza, la vida le había arrebatado tantas cosas sin miedo que él iba a hacer lo mismo por cuidar lo único de valor que le quedaba, su madre. Aunque tuviera que llevarse la vida de miles de personas en el proceso y quedara siendo un hombre sin alma, la mantendría a salvo.

Realmente no se iba a detener aún si eso lo convertía en una máquina de destrucción, no permitiría que nadie le tocara un solo cabello a su madre.

Sacó el baúl gris de debajo de la cama y se vistió con sus prendas negras, tomó el pasamontaña negro y rebuscó hasta encontrar la bolsa plástica con el último sobre que debía entregar. Afuera, el aire de la noche estaba frío, haciendo un suave estremecimiento sacudiera su cuerpo. Subió a su viejo Ford gris y emprendió camino hasta hallarse a una cuadra de la casa de Park Chanyeol.

Cosas Malas; woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora