12 | Una conclusión

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12 | Una conclusión


Daniel

Todo el camino hasta casa de Kylie lo hago pensando en la conversación que acabo de tener con Hannah y, para cuando me planto su puerta, creo haber llegado a una conclusión: que soy idiota. Está claro que no quiere saber nada de mí, así que debería dejar de intentarlo y ahorrarme el seguir haciendo el ridículo.

A pesar del momento de cercanía que compartimos hace un par de domingos, hoy ha estado sequísima cuando le he hablado por Instagram. Hace poco más de un mes que vuelvo a saber de ella, pero la idea de que se aleje otra vez sin dar explicaciones hace que se me apriete un nudo en la boca del estómago que me es difícil ignorar.

Está lloviendo, así que me refugio bajo su porche y llamo al timbre. Menos de un minuto después, la cara de Kylie aparece frente a mí, muy sonriente. Sin dudarlo ni un segundo, me da un beso en los labios a modo de saludo y me coge de la mano para guiarme al interior.

Es la primera vez que nos vemos desde nuestra cita en el cine. Estaba seguro que le había molestado que me fuera y que no volveríamos a hablar, pero días más tarde ella me escribió como si nada y el otro día me propuso venir a su casa a ver una serie nueva de Marvel e «ir despacio».

—Empezaba a pensar que te habías perdido por el camino —bromea ella, cerrando la puerta.

Me río y pongo cara de circunstancias.

—No, no. Me acordaba bien de la última vez, es que he salido un poco tarde, perdón.

—No te preocupes. Ven, que hay alguien que te quiere saludar.

Alzo las cejas con curiosidad y la sigo hasta el salón, abierto al recibidor. Ahora que estoy dentro, descubro que la casa parecía más pequeña desde fuera de lo que en realidad es: tiene solo una planta, pero es más alargada de lo que creía y las paredes blancas le dan mayor sensación de amplitud.

El salón tiene un sofá celeste pegado a la pared, así como unos sillones del mismo color y algunos cojines grises y blancos. Recostada sobre uno de ellos, una pequeña bulldog francesa saca la lengua y menea su diminuta cola al vernos. Se levanta y baja de un salto del sofá, corriendo en nuestra dirección.

—¿Esta es Cherry? —pregunto.

Kylie sonríe con entusiasmo justo cuando la perrita se acerca a olisquearme. Sé que es una idea horrible y, aun así, me falta tiempo para tirarme al suelo a acariciarla y decirle lo monísima que es.

—¡Hola, bonita! —le digo, hablando como lo haría con un bebé—. ¡Pero qué guapa eres, Cherry!

Cherry parece encantada con mis mimos, porque se pega más a mí e incluso me da un lametazo en la mano. Me voy a arrepentir de esto en cuestión de diez minutos, pero ahora mismo vale la pena.

Kylie se pone en cuclillas a nuestro lado, con una sonrisa radiante.

—Sí que te gustan los perros.

—Ya te lo dije. —Me río, y cuando Cherry me da un lametazo en la cara me obligo a ser responsable: la rasco solo un par de veces más y me pongo de pie—. ¿Te importa si voy al baño un momento?

—Es esa puerta. ¿Quieres algo de beber? Hay batido de vainilla, zumo de naranja y Coca-Cola. Bueno, también hay cerveza y tal, pero igual es pronto.

Me decanto por el batido y, mientras ella va a la cocina, me encamino al baño a lavarme las manos y la cara lo mejor posible, pero no tardo en descubrir que hay pelos de perro por buena parte de la casa. Para cuando salgo del baño, ya me noto la nariz congestionada.

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