31 | Cuando encaja el puzle
Hannah
De pequeña, estaba totalmente convencida de que había personas que nacían para estar juntas.
No en el sentido romántico de la expresión, sino en la forma en que las piezas de un puzle están diseñadas para encajar a la perfección en los lugares adecuados. A veces cuesta encontrar cuáles son las piezas correctas, y en otras ocasiones resultan estar una junto a la otra, casi esperando su momento.
También hay piezas que parecen encajar a primera vista, pero luego hay algo que no termina de estar bien del todo.
Por aquel entonces, estaba segura de que los bordes de mi pieza encajaban con los de Daniel y James por un lado, y con los de mi familia por otro. Estaba donde debía estar, o así fue hasta que mi padre se fue, y esa pieza se rompió por la mitad. Hasta que yo misma tiré el rompecabezas de mi vida al suelo y sentí que debía encontrar mi sitio en otro lado; otras conexiones que me ayudaran a mirar al futuro en lugar de llorar al pasado.
Hasta que me convencí a mí misma de que alguien debía de haber recortado mis bordes, o estos se habían erosionado hasta convertirme en una pieza lisa, sin nada que la uniera a otras más que de forma temporal.
Cuando veo a Dan tirar la bola de bolos y a James reírse de él cuando falla estrepitosamente, siento que las pizas vuelven a encajar. Que he encontrado eso que creía perdido para siempre.
—Tienes que pensar un poco hacia dónde va a ir la bola antes de lanzar, tío.
—¡Uf! Es que la física no es lo mío.
—No te pido que hagas cálculos, pero ¿no te da ninguna pista que la bola se te vaya siempre a la derecha?
Dan protesta con todo el dramatismo posible por lo mal que se le dan los bolos y se sienta a mi lado en el sillón en el que me encuentro, mullido y azul. James menea la cabeza, divertido, y agarra con ambas manos una bola de un verde parecido al de sus ojos. Nos da la espalda y se prepara para lanzarla.
Apoyo la cabeza en el hombro de Dan y él me pasa un brazo por encima para atraerme un poco más hacia sí.
—Es verdad que eres malísimo a los bolos.
Su risa es casi un resoplido, pero no dice nada más. Por el camino ya me había advertido de que se le daban fatal, pero no me parece importante. Solo he propuesto venir porque en estos meses he visto por Instagram que a James parecen gustarles, y yo también creo que son divertidos.
Y la bolera me parecía un buen sitio para seguir cruzando esos puentes que tendimos hace unos días.
El sonido de las bolas rodar y chocar con los bolos llena el ambiente, acompañado del chirrido de las suelas de las zapatillas al deslizarse por la superficie abrillantada y lista. En la pantalla sobre nuestro carril aparecen nuestros nombres junto a la puntuación de cada uno. James va el primero, y yo lo sigo no muchos puntos por detrás.
Miro a Dan sin despegarme mucho de él. Las luces de neón que adornan las paredes bañan su rostro en rosas y azules, y dibujan sombras que hacen que sus rasgos se vean más definidos. Él sonríe al notar que lo observo y alarga el brazo que tiene libre para coger el batido de vainilla que hay sobre la mesa, en una copa alta de cristal y nata por encima. Sorbe de la pajita, con la vista puesta en James, que continúa «preparándose» para tirar la bola.
—¡Venga! —exclama Daniel, impacientándose un poco—. ¡Que no vamos a terminar nunca!
—¡Ya voy!, ¡ya voy!
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Entre líneas | ✔
Teen FictionDaniel y Hannah. Dos amigos de la infancia que se han distanciado. Una canción guardada en el cajón. Palabras ocultas entre líneas. Un reencuentro que lo cambiará todo. Dan no entiende por qué su mejor amiga desapareció de su vida hace cuatro años...