26 | El Sitio Correcto

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Daniel

Durante las dos semanas siguientes, me cuesta hacer cualquier cosa que no sea pensar en Hannah.

Ella, por supuesto, no permite que el amor me nuble demasiado y me obliga a centrarme a los exámenes, ya a la vuelta de la esquina. Quedamos un montón de tardes para estudiar juntos y se encarga de llamarme la atención cada vez que me distraigo o quiero procrastinar viendo TikTok o dándole besos (aunque a esto último tampoco se resiste todas las veces).

Cuando hay alguien en el mismo lugar que yo, además, soy capaz de concentrarme mejor que a solas, siempre ha sido así. En este caso, cada tarde de estudios me recuerda a aquellos días haciendo los deberes antes de jugar al Mario Kart, y me llena el corazón de una nostalgia que, ahora que la tengo a ella a mi lado, es menos amarga y mucho más dulce.

Una de esas tardes, en su casa, damos por finalizada la sesión de estudio y Hannah se levanta para coger de la estantería la cámara de su padre.

—El otro día estuve revisando la memoria —dice, toqueteando el aparato—. Y hay un montón de vídeos antiguos. No he querido verlos sola, pero creo que contigo sí me gustaría hacerlo.

Se me escapa una sonrisa y asiento, ilusionado.

—Claro, me encantaría. ¿Quieres ponerlos en el ordenador?

Hannah asiente y conecta la cámara a mi portátil mediante un cable. Cierro las pestañas que tenía abiertas para hacer un trabajo de clase y, en cuanto reconoce el dispositivo, abrimos la carpeta llena de vídeos de cuando éramos pequeños.

—Veo que a tu padre no se le ocurrió comprar un disco duro —bromeo.

—Mi madre le regaló uno, pero siempre decía que le daba pereza pasarlos.

La sonrisa de Hannah se vuelve algo más triste, pero sigue siendo sincera. Sé que para ella es duro hablar de su padre, pero que se decida a hacerlo me parece un paso tan importante que me llena de orgullo.

Buscamos entre las miniaturas de los vídeos hasta encontrar una en la que reconocemos nuestras caras. Recuerdo al padre de Hannah siempre con la cámara en la mano, listo para capturar cualquier momento con la certeza de poder así atesorarlos; de que en el futuro podría mirar hacia atrás y revivir el pasado gracias a aquellos archivos.

Ese futuro nunca llegó para él, pero sí lo hace ahora para nosotros cuando el vídeo comienza a reproducirse y nos vemos con unos ocho años menos, correteando por el parque del barco y saltando de ola en ola en lo que parece una especie de pilla-pilla. El pelo negro de Hannah está recogido en dos tiernas coletas y el mío está mucho más corto e incluso más rubio que ahora.

Por la ropa, debía de ser verano. La cámara nos sigue y, poco después, veo a Hannah decirme algo que no escucho y ambos nos acercamos a su padre.

—Papá, tengo sed —dice su voz aniñada.

—¡Yo también, yo también!

Salgo detrás de Hannah, prácticamente dando saltos como el manojo de nervios que siempre he sido. Apenas recuerdo ese día, pero seguro que después dormí genial.

—¡Marvin! —exclama el hombre que sujeta la cámara—. ¡Compra también agua!

Distingo a mi propio padre a lo lejos, más joven y junto a un puesto de helados. Alza un pulgar en señal de asentimiento y me hace un gesto para que vaya a ayudarlo con las cosas.

Paro el vídeo un momento y dejo escapar una carcajada.

—Muy fan de mi padre, que me estaba viendo dar saltos y decidió que era buena idea darme azúcar —bromeo entre risas—. Si mi madre llega a estar ahí, se lo carga.

Entre líneas | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora