19 | Donde los recuerdos no ahogan
Hannah
Cuando llego a casa, lo hago con el corazón tan lleno de emociones que tengo ganas de llorar.
Paso junto a mi madre, que prepara la comida en la cocina mientras que Nora mira un canal de dibujos en el salón. Saludo y voy a mi habitación para dejarme caer sobre la cama, en un intento de procesar todo lo que siento.
Ahora mismo, odio a Kylie por herir a Daniel. Por presionarlo, por humillarlo y hacer que se disculpe por cosas que no debe. Y me doy cuenta de que, en realidad, todo el mundo está siempre pidiéndole perdón a Kylie, yo incluida.
Aun así, esa rabia que siento hacia ella ha quedado reducida a nada después de cantar a todo pulmón en el coche con Dan. Como si estuviéramos solos sobre la Tierra, como si nada importase en esta vida más que gritar el siguiente verso.
Soy consciente de que, por mucho que he tratado de alejarme de mi propio pasado, una parte de mí siempre pertenecerá a aquellos días en los que el mundo se sentía nuestro. Cuando la cima más elevada se encontraba en la rama más alta a la que podíamos trepar en el parque.
No recuerdo haberlo pasado tan bien como hoy en años. Esos años que he pasado buscándome a mí misma, tratando de encontrar a esa Hannah que fuera fuerte, más valiente. Esa que no se ahogara en recuerdos. Y ha sido al agarrar su mano que, por una vez, he sentido que encontraba todo lo que estaba buscando.
Una lágrima se desliza por mi cara hasta la almohada y me siento una estúpida. Esto es justo lo que no quería: anclarme al pasado. Sentir que, con lo duro que ha sido avanzar, ahora toca retroceder. Supe que algo así podría ocurrir en cuanto Daniel reapareció en mi vida de nuevo y, sin embargo, ahora soy incapaz de dar un paso atrás, porque lo único que quiero es pasar otro rato más con él.
Qué tonta soy.
—Hannah —me llama mi madre, abriendo la puerta sin llamar—, pon la mesa, que vamos a comer.
Me incorporo tan rápido que incluso me mareo un poco, pero me doy prisa en secarme con la mano los surcos húmedos que me recorren la cara, esperando que no se fije. Lo hace; lo veo en su expresión.
—Sí, voy —me apresuro a decir.
Ella me mira un poco extrañada antes de asentir con la cabeza y salir por la puerta. Quiero mucho a mi madre, pero nunca ha sabido bien qué hacer con los sentimientos y, en parte, supongo que me parezco más a ella de lo que me gusta admitir.
Papá era diferente: más sensible, más cariñoso. No le costaba demostrar lo que sentía, y Debbie es la única que ha salido a él. Aunque mi madre siempre ha estado aquí, a mí tampoco se me ha dado nunca bien apoyarme en otros más que cuando no me queda otra que reventar por completo.
Hace tiempo que mi relación con mi madre no es tan cercana como algún día lo fue. En parte, porque el fantasma de mi padre nos persigue a ambas a menudo, porque su ausencia pesa cada día entre estas paredes y flota sobre nosotras como un espeso manto. Un manto que mantiene nuestras bocas cerradas para que nunca, bajo ningún concepto, hablemos de él.
Porque hablar significa abrir heridas, y ello implica sentimientos que ninguna de las dos sabemos bien cómo manejar.
Respiro hondo un par de veces y salgo por la puerta para poner la mesa. Intento olvidar todo lo que siento, ese revoltijo de emociones a las que ni siquiera sé poner nombre; esas que me provocan tanto un cosquilleo en el estómago como una extraña angustia en el pecho.
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Entre líneas | ✔
Teen FictionDaniel y Hannah. Dos amigos de la infancia que se han distanciado. Una canción guardada en el cajón. Palabras ocultas entre líneas. Un reencuentro que lo cambiará todo. Dan no entiende por qué su mejor amiga desapareció de su vida hace cuatro años...