32 | Qué parte besar primero

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32 | Qué parte besar primero


Daniel

Después de la disculpa de Kylie, lo cierto es que me siento mucho más tranquilo.

Las cosas están volviendo a su sitio en el mejor sentido posible, como un hueso roto que sana por los lugares correctos sin dejar cicatriz. Aunque sigo alejado de las redes sociales, noto cómo el asunto del vídeo cae en el olvido progresivamente durante las siguientes semanas. Además, quedo muy a menudo con Hannah, para hacer cosas de clase o pasear un rato, y James también se nos une a veces.

Estar los tres juntos es muy divertido.

La lluvia, por otro lado, apenas nos da un descanso durante días. No me importa mucho, porque el ambiente navideño cubre las calles a medida que entramos más y más en diciembre.

Hoy soy yo quien ha ido a casa de Hannah, aprovechando que no están ni su madre ni su hermana pequeña. Es viernes, y el primer día de las vacaciones de Navidad, así que estamos tumbados bocarriba sobre su cama, escuchando una de mis playlists en aleatorio, hablando de tonterías. De vez en cuando, interrumpo lo que sea que esté diciendo para cantar el estribillo de alguna canción, ella se una a mí si se la sabe y luego me recuerda entre risas qué era lo que estaba contándole.

Estar con ella es cómodo, cálido. Es saber que puedo ser yo mismo sin prejuicios. Con Hannah, no tengo que esforzarme por ser algo que no soy, porque ella me conoce.

—No sabes las ganas que tengo de que llegue el verano —confiesa en algún momento—. Echo de menos la playa.

—Tenemos que ir. El verano pasado abrieron una tienda de tablas de paddle surf ¿sabes cuál te digo? James y yo alquilamos una. Nos caímos un montón de veces, pero fue muy divertido.

—Suena bien, pero si intentamos no ahogarnos, mejor.

Me río.

—¡Pero si eso fue más divertido todavía!

—¡Sí, claro! —Hannah suelta una carcajada—. ¡Tuve arena hasta en los oídos durante días!

—Qué exagerada...

Me clava un dedo en el costado y me doblo hacia un lado por las cosquillas, aunque intento disimularlo. No sirve, porque Hannah se da cuenta y vuelve a repetirlo hasta que empiezo a reírme.

—¡Vale, vale! ¡Para! ¡Lo retiro!

—¡Tarde! ¡Esto por llamarme exagerada!

Sigue haciéndome cosquillas a traición mientras mis carcajadas y ruegos por que pare inundan la habitación. Cuando no puedo más, me revuelvo con las pocas fuerzas que me deja la risa y consigo ponerme encima suya, sujetándola por las muñecas por encima de la cabeza, contra el colchón.

—Te vas a enterar —la amenazo.

—Yo no tengo cosquillas —se apresura a decir, tan rápido que casi se traba con las letras.

Alzo ambas cejas, divertido por su situación. Y tanto que tiene cosquillas.

—¿A quién pretendes engañar?

A ella se le escapa una risa nerviosa y se revuelve un poco, intentando soltarse. Yo, en cambio, me tomo mi tiempo antes de la venganza. Está guapísima así, tumbada en la cama y mirándome desde abajo, con el flequillo morado y el pelo oscuro desparramado sobre la colcha. Una sudadera lila con un sol bordado en el pecho y unos pantalones cómodos y calentitos.

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