25 | Entre líneas

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25 | Entre líneas


Hannah

—Así que llevo todo el fin de semana intentando animarlo.

Dan suspira y da por finalizado su relato. Según me ha contado, sentado en la cama de su habitación conmigo a su lado, James se ha declarado a Beth y esta lo ha rechazado. Por supuesto, tal y como están las cosas entre nosotras, ninguna de mis amigas ha venido a contármelo. De todas formas, y por mal que me sepa por James, no puedo decir que esté sorprendida.

No porque se trate de James, sino porque Beth jamás ha mostrado interés en tener ninguna relación romántica con ningún tipo de persona. Es la persona más ñoña del mundo cuando se trata de relaciones ajenas y de organizar citas, y siempre suspira encantada cuando alguien le cuenta la historia de cómo conoció a su pareja, y cosas así. Simplemente, ella no siente ese tipo de atracción.

—Pobre, ¿está ya mejor?

—Sí, eso parece. Quiere intentar hablar con ella, porque le gustaría seguir siendo su amigo. Todavía le duele, claro, pero a James no se le da mal pasar página.

—Me alegro. —Sonrío—. Sé que tenemos nuestras diferencias, pero no quiero que le rompan el corazón.

Dan asiente con la cabeza, vuelve a suspirar y se queda pensativo, mirando al frente. Al principio, creo que es porque va a añadir algo más, pero cuando pasa casi un minuto, me doy cuenta de que lo más probable es que sus pensamientos hayan decidido desviarse hacia otro lado.

—¿Preferirías reencarnarte en un animal acuático o en uno que vuela?

Se me escapa una carcajada ante lo inesperado de la pregunta, pero aun así me lo pienso.

—En un pájaro —respondo, muy convencida.

—¿Por qué?

—No me gusta cuando no hago pie en la playa. Además, podría volar todo lo alto que quisiera y ver todo el mundo.

—¿Tan traumático fue el día de las olas?

Me río otra vez.

—Se ve que más de lo que parece. ¿Y tú?, ¿qué preferirías?

Dan cruza las piernas sobre la cama y apoya los codos en sus propias rodillas.

—Uno marino. Me daría vértigo volar, y seguro que me distraería y acabaría estrellándome contra algo.

—Pero en el océano no hay ningún sitio donde esconderte si aparece... No sé, un tiburón. —Me echo hacia atrás en la cama para apoyar la cabeza en un cojín.

—¿Y si me reencarno en un tiburón?

—¿Te ves capaz de matar peces a mordiscos? ¿No te darían pena?

Veo la contradicción en su gesto y se tumba a mi lado.

—Bueno, si fuera un tiburón no creo que tuviera muchos dilemas morales, no creo que me importara. ¿Y entre ser del tamaño de una hormiga o de un elefante?, ¿qué elegirías?

Pasamos un rato así, haciendo elecciones entre situaciones hipotéticas con cada vez menos sentido hasta que termina por entrarnos la risa, y una vez empezamos somos incapaces de parar.

Nos reímos hasta que me duele la barriga de hacerlo y, cuando tras un rato logramos controlarnos, Daniel se levanta, todavía muy sonriente.

—Voy al baño, ahora vuelvo.

Sale de la habitación, dejando la puerta entreabierta. Me duelen las mejillas por su culpa, de tanto reír por algo así de absurdo. Cuánta falta me han hecho, a lo largo de los años, estas tardes en las que cualquier comentario absurdo nos provoca agujetas en la tripa. Ahora, recuperar este tiempo con él me parece irreal, como si acabase de encontrar algo que llevo media buscando; algo que ni siquiera sabía que necesitaba.

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