14 | De globos y cactus

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14 | De globos y cactus


Daniel

El parque del barco, tal y como su nombre indica, tiene un barco pirata de madera en el que juegan los niños, con toboganes, redes y escaleras por las que trepar, así como diferentes pasarelas y escondites. El suelo del parque es de caucho azul, con ondulaciones que simulan olas y algunos peces dibujados en él.

En realidad, estoy bastante seguro de que no se llama «parque del barco», pero así es como todos lo conocemos en Hawthorn Bay.

Puede que esta sea la primera vez en mucho tiempo que soy puntual, pero quince minutos tras el mensaje de Hannah, ya estoy sentado en el suelo del parque, sobre una de las olas. Hace un montón que no paso por aquí, pero al hacerlo la nostalgia me trepa por el pecho sin previo aviso, plagando mi mente de tardes jugando a ser piratas que quedan tan lejos y, al mismo tiempo, tan cerca.

El lugar está casi vacío a estas horas, con excepción de dos niños que fingen tener una pelea de espadas con dos ramitas secas en lo alto del barco y de sus padres, que los observan desde un banquito.

Hannah aún no está aquí, pero yo ya he empezado a mover la pierna de arriba abajo, inquieto. La idea de verla me pone nervioso, casi tanto como pensar en responder las preguntas que sé que va a hacerme. Siempre ha sido fácil hablar con ella, pero ahora... Ahora las cosas son diferentes. Ya no sé qué esperar.

La veo llegar cuando ya está a dos metros de distancia, con una sudadera blanca que le queda un poco ancha y unos leggins negros. Sin decir nada, se deja a caer a mi lado, con las piernas cruzadas.

—Hola —la saludo, esforzándome por esbozar una sonrisa que me sale más tristona de lo que quería.

—Hola —responde ella—. ¿Qué ha pasado?

—Nada importante. —Me encojo de hombros. De pronto, me siento un poco mal por haberla hecho venir hasta aquí por nada. Aun así, sigo hablando—: Hemos tenido los primeros parciales del curso y me han ido fatal. Ya te he dicho que era una tontería.

—Solo son los primeros, tienes todo el curso para remontar.

Esbozo una media sonrisa.

—Sí, supongo —murmuro—, pero es que no es tan fácil. Ya he empezado con mal pie, y...

Me callo. Supongo que para ella, y para la mayoría de gente, sí que es así de fácil. Solo tienen que «ponerse las pilas» y todo se soluciona. Para mí nunca ha sido tan simple, porque quiero que me vaya bien, quiero ser capaz de pasarme toda una tarde estudiando y no sentir al terminar que no ha servido para nada; que solo he estado mirando una hoja llena de letras, perdiendo el tiempo.

Nunca he sido buen estudiante, y si he llegado hasta el último año no ha sido porque sea listo, sino gracias a profesores particulares y la insistencia de mis padres.

—No pasa nada por empezar con mal pie. —Como respuesta, me limito a esbozar una escueta sonrisa—: Aunque también es normal que te sientas mal, no me parece una tontería.

—Es que me a veces siento un idiota, ¿sabes? —confieso, incapaz de mirarla por la vergüenza que me da admitirlo en voz alta—. No solo por lo de hoy, sino en general. Todo el mundo sabe qué quiere hacer y tiene ganas de terminar el año, y yo estoy perdido por completo. Acabar el instituto es como dar un salto al vacío sin saber qué hay al otro lado. —Ahora que he empezado a hablar, me cuesta cerrar el grifo de palabras que llevaba tanto tiempo conteniendo—. Y a mí no me gusta nada, no se me da bien nada. Estoy seguro de que la universidad no es para mí, pero tampoco sé qué es lo que sí es para mí, no sé si me explico.

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