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Osvaldo sostenía intensamente la mano moribunda de su hijo. Sentía cómo se enfriaban poco a poco las manchas de sangre. Sentía cómo se desvanecía, poco a poco, la fuerza de Cristóbal, y volvía a sostener su manito, ahora con más intensidad entre sus dos manos arrugadas y paternales.

También sentía el motor de la ambulancia y los alaridos de la sirena y los bocinazos de afuera y la cumbia de la radio.

Sentía un temblor en su cuerpo, en el pecho, como si hubiera algo dentro de él a punto de hacer erupción.

-¡¿Por qué paramos?!- preguntó alterado.

El conductor levantó los hombros y miró para un lado y para el otro, como diciendo "Yo no tengo la culpa".

-Y, no sé, están todos parados, no sé, ¿no ve? Estará cortado- se excusó.

-Estehh vayamos por otro lado.

Pero por otro lado no se podía: estaban sitiados por autos ruidosos.

¿Qué hacerrr?

La ambulancia no podía dar marcha atrás porque había otro auto y después otro auto y una camioneta y después otro auto y otro al igual que adelante y a los costados y ahí adentro sobre la camilla estaba tendido Cristóbal con su metro ochenta de altura y la camisa cortada y las vendas color bordó en el estómago y del otro lado de la camilla el paramédico sentado que buscaba y buscaba nervioso en el celular información y el tiempo pasaba y ellos seguían ahí sin moverse y el tiempo pasaba y pasaba más lento.

-¡Ah! ¡Ya sé!- anunció el paramédico y bajó el teléfono.

El anciano se inclinó para oírlo mejor.

-Las calles están cortadas porque en la avenida acá a dos cuadras está la marcha por la televi...sa...ción de los partidos.

Claramente el profesional de la salud estaba orgulloso por haber descubierto la causa de su encrucijada.

Pero el padre del herido lo miraba atónito.

¿En qué los beneficiaba saber eso?

Y el tiempo pasaba...

¡No se podía quedar esperando!

Osvaldo aflojó la presión de su mano y estuvo a punto de soltarse, pero su ser querido despertó y lo miró con ojos entrecerrados.

-Pa... ¿qué pasa?

Su voz era débil.

-Nada... Ya casi llegamos al hospital. Esteee... ahora paramos porque está cortada la calle. Pero ya vamos a llegar- tragó saliva-. Una gente... que corta la calle para pedirle al Gobierno que pase el fútbol gratis en la tele.

-Están reclamando un derecho- intervino el paramédico.

-Sí. Es un derecho- apoyó Cristóbal desde la camilla.

-Pero tenemos que llegar al hospital... si no, te mmm vas a mm mmorir...- dijo estas últimas palabras refrenando sus lágrimas. Era la primera vez desde el accidente que reconocía en voz alta la posibilidad de que su hijo no sobreviviera.

Y, a decir verdad, los cuatro adentro del vehículo, en el fondo sabían que por más que llegaran al hospital, no se iba a salvar. No por el hecho de estar muy grave el paciente, sino porque en los hospitales no había condiciones ni para ayudar a alguien con dolor de cabeza.

Hubo un silencio.

Mejor dicho, los cuatro cruzaron sus miradas sin decir palabra, mientras sonaba la cumbia y la sirena y las bocinas de afuera.

El más viejo miró por la ventanilla para ver si avanzaba algo el tránsito...

No.

Seguían todos en el mismo lugar.

Y en ese instante tuvo un pensamiento heroico: dirigirse al epicentro del conflicto y pedirles a los manifestantes que los dejaran pasar, y si se negaban, correrlos por la fuerza.

Era la única manera de ayudar a Cris: no se podía quedar ahí sentado esperando, sin hacer nada útil.

Pero primero, lo primero:

-¡Apagame esa música pedorra!- vociferó.

Y el conductor obedeció maquinalmente.

Luego, Osvaldo se levantó, abrió las puertas de la ambulancia y salió con paso firme.

-¿A dónde vas, pa?- alcanzó a preguntarle Cristóbal con una vocecita muy lejana.

-A salvarte la vida.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora