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A Santi le gustaba la idea de ayudar a su tía Cristina con la comida. Él limpiaba las papas y ella las cortaba en pequeños cubos. Además, podía aprender muchas cosas. Por ejemplo, la tía le explicó que era mejor lavarlas que pelarlas, y que si quedaba una pizca de tierra no importaba. Después de todo, comer un poquito de tierra de vez en cuando es saludable pues puede aportar nutrientes importantes.

Santi aprovechó para preguntarle por el bebé, Huguito, por qué tenía las piernas así, raras, muy flaquitas y como quebradas.

-Es paralítico- explicó ella-. No puede caminar- y antes de que el niño preguntara la causa de dicha situación, agregó-. Está así desde que nació. Es algo natural.

-Ahh.

Y también contó que para que no se sintiera mal, para que no se sintiera diferente, ella y su marido les rompieron las piernas de atrás a los perros y a los conejos de la granja, que eran los animalitos con los que él jugaba.

-Porque en mi casa no hay desigualdad.

Y al hacer esta declaración, se mostró muy orgullosa.

-Pero vos no te rompiste las piernas a vos misma, tía.

-Ay, Santi, por favor, jijiji.

Le dio la espalda a su sobrino para buscar más papas en el cajón de las verduras y murmuró una sonrisa inocente.

Cristina era una madre maravillosa, pero no era ninguna pelotuda: ni ella ni su marido tenían las piernas rotas.

Pero eso estaba a punto de cambiar.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora