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-Todos los días lo mismo. Todos los días, eh.

>>Vamos despacio pero por lo menos avanzamos, eh. Yo creo que vamos a tardar... una, dos horitas. Pero si estuviéramos en el puente, allá, sí que estaríamos toda la tarde. Y no podríamos pasar.

>>No.

>>Entre la radio y el celular deeentro de todo me las rebusco para no estar en el medio de todo ese caos. Pero es así. Todos los días. To...

Levantó el volumen de la radio:

<<Reiteramos: el Puente Pueyrredón se encuentra cortado por una manifestación de la Agrupación de Hinchadas Unidas. Ya es el tercer día consecutivo que esta medida de fuerza que...>>

El taxista, un cincuentón de voz grave, miró por el espejo retrovisor a su pasajero para corroborar que le siguiera la conversación.

-¿Cuándo se va a acabar, eh, todo esto?

"Y, tal vez hoy" susurró casi imperceptible Don Osvaldo en el asiento trasero.

Y la radio:

<<(...)En apoyo a este reclamo, los docentes de la Provincia de Buenos Aires realizan un paro de cuarenta y ocho horas...>>

-Quieren ir al mundial. Jaja, qué vivos, ¿no? ¿Eh? Así yo también...

>>Gratis, eh.

>>Sí. Realmente. Tendría que dejar el taxi y ponerme a cortar las calles. En una de esas, en unos meses en vez de estar acá sentado laburando, voy a estar en Rusia. Eh, tomando vodka, mirando fútbol.

>>Eh.

El taxista volteó cuarenta y cinco grados para encontrar una respuesta, una risita cómplice, algo.

El anciano lo escuchaba, pero no le prestaba atención. En cambio, miraba fijamente a los manifestantes con ojos de cazador.

La concentración de gente, cada vez más cerca, ahí, en el puente, unos metros más abajo del otro puente donde circulaban ellos.

El taxi avanzaba un metro. Se detenía. Avanzaba. Tenían que esperar a los vehículos de adelante...

-¡Dddddáale, movete, ¿no ves que podés avanzar?!

El auto de adelante tardó en arrancar y hacer otro metro más y el taxista ya se empezaba a impacientar.

Por el contrario, su compañero de viaje respiraba sereno el aire con olor a choripán y disfrutaba de un paisaje que iba a ver por última vez.

Su viaje estaba a punto de terminar: planeaba avanzar unos diez, veinte metros más, para estar lo más cerca posible de aquella protesta y bajar del vehículo.

-Es, usted, ehh... ¿músico? ¿Toca en algún lado, en alguna... orquesta?- el conductor buscó nuevamente entablar una conversación-. ¿Eso es un violín, no?

Era el estuche de un violín, acomodado sobre el regazo de Osvaldo. Pero adentro no llevaba ningún instrumento musical.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora