VIII

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El Johnny no podía creer que estuviera compartiendo celda con este viejito bobo. Debía ser un degenerado o un vagabundo que los policías cada tanto agarran para fingir que están ocupados.

Seguro lo pusieron ahí para fastidiarlo. Seee. Lo hicieron a propósito. Lo hicieron porque consideraban al Johnny peligroso y un enemigo innato de la yuta y por eso quisieron hacerle pasar malos momentos.

Era un castigo novedoso, al menos, eso de ponerle de compañero a un anciano que habla gilada'. Era el castigo de aburrirlo.

Ahora el viejito estaba callado (excepcionalmente). Caminó hasta la otra pared de la celda y se quedó parado, flaquito, ligeramente encorvado, se rascó esa barba blanca desprolija. Y retomó esta historia que nadie le había pedido que contara:

-Y yo estaba triste... más triste que antes. Por más que me hubieran liberado. Es decir, capaz habría preferido seguir preso pero no acordarme que era mi cumpleaños y que estaba solo, antes que...

-Casshháte, casshhá. ¿No ves que nadie te banca? El Johnny no te quié prestar atenció. No te escucha.

-¿El Johnny? ¿Sos vos? ¿Vos te llamás Johnny?

Por supuesto que era él.

El Johnny se levantó de su litera y le dio la espalda al señor mayor. Se puso a mirar lo más lejos posible por el pasillo de la cárcel.

No había mucho que mirar, ciertamente: un piso gris y sucio, una pared marrón que en alguna época pasada había sido blanca, las rejas de otras celdas más adelante... y el carcelero que venía con una bandeja de comida.

"Para vos, pibe" le dijo al pasarla por una abertura de la reja.

Al minuto regresó con otra bandeja: la porción para Don Osvaldo.

-Muchas gracias por la comida, señor- se apuró a decir el anciano antes de recibir la bandeja.

El hombre del otro lado de la celda lo miraba fijo con aborrecimiento.

Hubo una pausa intensa en la que el preso pensó que lo iban a matar.

PUM.

El guardia dejó caer la bandeja con el pollo strogonoff y guarnición en ese piso inmundo. Las papitas noisette salieron rodando en todas direcciones.

Después le mostró los cubiertos y también se los arrojó al suelo con repugnancia.

No le hablaba, pero la actitud de "si querés comer, comé del suelo, como un perro" era evidente.

Sacó una copa de vidrio y CRASH: también se la tiró al suelo.

Dejó caer el agua de una botellita sobre los cristales rotos...

Le ofreció una servilleta: al suelo.

Un pancito, para acompañar... al suelo.

Y un escupitajo en ese enchastre de comida como toque final.

-Que disfrute su comida. Señor.

Y se marchó por el pasillo, satisfecho con su labor, y a la vez con una expresión de "esto no termina aún".

El Johnny quedó perplejo.

Ese viejito con apariencia inofensiva...

-¿E' pp por, po' qué la yuta te tiene taaanta bronca?

Ahora lo miraba de una forma completamente distinta. Lo miraba con admiración.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora