VII

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Entonces Fidel hizo lo que mejor sabía hacer: ayudar a las personas.

La abrazó.

Segunda se sintió reconfortada en ese silencio, en ese cuerpo que era como recostarse en un colchón de grasa, como estar tapada por muchas frazadas en una fría mañana de invierno. Y luego, las palabras de aliento comenzaron a acunarla.

Santi era un chico bueno.

¿Cómo podría no serlo, con tantas personas tan buenas en su familia?

El problemilla que tenía... era insignificante. Era algo pasajero que, dentro de muchos años, iban a recordar como una anécdota y se iban a reir.

Peor era ser político.

¡No, por favor, eso no!

Ciertamente que había cosas mucho peores que lo que enfrentaban.

Peor era ser millonario.

Esa gente extraña, claramente no era feliz, tenían que vivir estresados pensando en qué gastar todo su dinero, en dónde guardarlo, cómo protegerlo, dónde ir de vacaciones, qué acciones comprar.

Santi adulto, vestido de traje, en una oficina enorme llena de computadoras y pantallas con gráficos y números, contando los muchos billetes que tenía: ésa era la escena más desagradable que los hermanos podían imaginar.

Fidel no era un experto en finanzas, pero estaba seguro de que el mercado de valores consistía en tocar un botón y recibir dinero, y que quienes lo hacían eran malas personas. Su hermana pensaba lo mismo y por eso, el comparar a Santi con sujetos de esta calaña le daba una nueva perspectiva a sus preocupacines.

Su hijo podía tener problemas, pero nunca iba a ser un empresario. Y nunca iba a ser un inversionista.

Santi iba a ser un granjero, como sus tíos.

Y Segunda se sintió mucho mejor.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora