XV

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Muchos pensarán que este hecho desafortunado fue el que condujo a Don Osvaldo a la cárcel y generó tanto desdén en los policías hacia él. Sin embargo, no lo fue.

Después de la explosión, los bomberos acudieron al lugar del atentado y más tarde la policía, que capturó al ancianito.

Lo llevaron a la comisaría, otra vez, lo interrogaron, otra vez, recordaron que era su cumpleaños y que estaba solo, otra vez, le tuvieron lástima, mucha lástima, otra vez. Y lo liberaron. Otra vez.

Lo único distinto fue la despedida, en esta ocasión, más violenta.

-Usted me parece que no entiende- le dijo con voz amenazante el oficial a Don Osvaldo antes de dejarlo salir por la puerta principal-. Las últimas veces lo liberamos y usted prometió que no iba a volver a cometer ningún crimen. ¡Tiene que obedecer! No-cometer-crímenes. Es fácil.

>>Si no obedece, la próxima vez no voy a ser tan bueno. La próxima vez, ¡le voy a tener que levantar la voz TODAVÍA MÁS! ¡¿SE ENTENDIÓ?! ¡NO LO VUELVA A HACER!

-Está bb... ien, lo l pp prom eto...- accedió titubeante.

Efectivamente, él tenía todas las intenciones de irse a su casa y quedarse allí hasta el viaje a Europa y no tener más roces con la ley. Después de todo, ya había hecho algo de memoria y justicia por su hijo.

Regresaba a su casa, plácidamente, en Villa Bazofia, disfrutaba del paisaje, respiraba ese delicioso aire contaminado... cuando un ladrón lo interceptó.

Vestido con un buzo de fútbol y una visera, en un estilo bastante parecido al de El Johnny, llegó corriendo desde el costado y le puso una mano en el cuello a su víctima.

-¡La plata viejo, la platalaplataplata la PLATA!- gritó mientras le tironeaba de la campera y le revisaba nervioso los bolsillos.

Le sacó la billetera, un cuadernito que funcionaba como agenda personal, ¿qué más? El viejo no tenía nada más.

-El celular dónde 'tá el celular.

-Qué, ce, lular, no, no tengo.

Y el malviviente se alejó con igual rapidez con que había aparecido.

Entonces Don Osvaldo cometió un grave error: comenzó a correr. Pensó que era mejor escapar, para no estar presente en caso de que su atacante decidiera regresar. ¡Pero eso fue precisamente lo que lo hizo regresar!

El chorro, que se estaba alejando, al notar la huida del anciano, dedujo que todavía tenía pertenencias de valor. Dio media vuelta y corrió hacia él desesperado, tan desesperado que se dobló el tobillo.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora