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El día que el Brayan murió, el mundo se convirtió en un lugar mejor.

El cambio fue casi imperceptible. El mundo se volvió un poco menos peligroso. Es verdad. Se volvió más limpio. También es verdad. Aumentó el cociente intelectual promedio de la humanidad. También es la absoluta verdad. Sin embargo, lo realmente importante fue el surgimiento de un artista, un hombre que hasta entonces había sido solamente un pasajero de su vida, alguien que había dedicado todo su tiempo a conocer y contemplar obras de arte, a partir de ese día comenzó a crearlas.

El día en que el Brayan murió, nació Dante.



Fue un viernes.

Era un mediodía frío y soleado y al Brayan se le ocurrió ir a robar por la zona del barrio donde estaba la remisería Babel.

Todos los días salía a robar. Más aún, en el barrio casi todos salían todos los días a robar. Salvo, los domingos y los lunes por la mañana debido a que generalmente muchos sufrían resacas en esos momentos.

Por ejemplo, en este preciso momento, en la esquina un muchacho forzaba la puerta de un auto ajeno estacionado, una joven ayudaba a una anciana a cruzar la calle y le metía la mano en la cartera, un hombre en la parada de colectivo pungueaba al pasajero de adelante y éste, a su vez, al de más adelante, cinco chicos con uniformes escolares escondían golosinas en sus bolsillos mientras su cómplice distraía al kiosquero, y más allá en la mitad de cuadra, siete personas se hacían pasar por empleados de mudanza y desvalijaban una casa.

El Brayan se acomodó su visera deportiva y comenzó a cazar. Fue fácil escoger a su primera víctima.

-¡Eh washo, habilitá wiiw wiiwiwí ww wiwwi wiwiwi iiww...! ¡O te kemo!!

"O te kemo" significaba "O te disparo".

El niño comenzó a temblar, tenía los ojos grandes abiertos y no sabía qué hacer. Y no sabía qué hacer porque no le había entendido. Y cuando el delincuente sacó el revólver y le apuntó a la cabeza, se asustó más todavía.

-¡Eh wacho corte wiwi wwwi iwiwi corte ww w w wiwi... chupetín!

¡Zas!

De un manotazo le arrebató el chupetín.

Ahhh... quería robarle el chupetín.

Él era así, un muchacho de veinte años decidido que arrebataba aquello que quería. No le pedía permiso a nadie. Así había conseguido esa campera de fútbol, esas zapatillas bien piola, el celular último modelo y ahora disfrutaba de su nuevo trofeo azucarado.

Pasó al lado de un mendigo y ¡Zas!, le arrebató el frasco con las limosnas. Éstas le iban a servir más tarde, pensó, para comprar vino en cartón y galletitas rellenas.

Estaba tan confiado...

Con ese aire de impunidad, con esa noción inconsciente de ser invencible fue a robarles a los que esperaban el colectivo. A punta de pistola les quitó las billeteras y se alejó moviendo su arma ufana.

Ése fue el error que le costaría la vida: uno de los pasajeros, un anciano con una boina y un pollover gris lleno de polvo, era un ex policía, el cual a modo de buena costumbre siempre llevaba un treinta y ocho consigo.

-¡Hey, se te olvidó llevarte esto!- le gritó cuando ya estaba a unos metros de la esquina.

Y ni bien el malviviente se dio media vuelta, el justiciero abrió fuego contra esas piernas huesudas bailadoras de cumbia. Uno de los tiros le impactó en la pantorrilla y lo hizo caer. De la herida salía sangre y vino barato. Pero el Brayan, desde el suelo, también respondió a los disparos.

Disparó y disparó y disparó y no tenía idea de hacia dónde apuntaba pero tenía que vengarse de aquel sinvergüenza que lo había herido, disparó al cielo, disparó contra el piso, disparó hacia la zona de la parada de colectivos, contra el kiosco, contra los autos estacionados. Y mientras disparaba gritaba y se desangraba y maldecía y disparaba más y más. Gritaba algo así como: "¡¡¡Www wiwii wwiwiwi wwiwi w!!!", que en su imaginación quería decir "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir...".

Estaba reflexionando sobre la vida y la muerte, pero claro, resultaba complicado comprender su lenguaje.

Como una bola de nieve que aumenta su tamaño en la caída, el tiroteo fue creciendo a medida que se sumaban participantes: la viejita que cruzaba la calle sacó su magnum y disparó, la mujer que la ayudaba también tiró gas pimienta, y los chicos del kiosco y el roba-coches y las personas de la mudanza falsa y los otros de la parada de colectivos, todos sacaron sus revólveres y dispararon como dementes para todos lados.

Dispararon y salieron corriendo, reacciones totalmente lógicas y normales de defensa personal.

La calle quedó inundada de olor a pólvora.

Después de esta ráfaga, el humo se fue despejando lentamente. Un extraño y reconfortante silencio indicaba que el peligro había terminado. Apenas se escuchaban los quejidos y alguna que otra flatulencia de las víctimas.

Sí, el lugar estaba prácticamente desierto ahora. Nomás quedaban el ex policía y el Brayan, tendidos en la vereda, agonizantes.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora