-La tía Cristina va a preparar la comida. ¿Te gustaría ayudarla?- invitó Segunda.
Así comenzó la primera tarea de Santi en la granja de sus tíos. Era una buena oportunidad: ahí en el campo, seguro la forma de cocinar debía ser distinta, con alimentos orgánicos, mejor sabor y recetas caseras antiguas que se trasmitieron de generación en generación.
Él aceptó de inmediato.
A Santi le gustaba la idea de ayudar a su tía Cristina con la comida. Él limpiaba las papas y ella las cortaba en pequeños cubos. Además, podía aprender muchas cosas. Por ejemplo, la tía le explicó que era mejor lavarlas que pelarlas, y que si quedaba una pizca de tierra no importaba. Después de todo, comer un poquito de tierra de vez en cuando es saludable pues puede aportar nutrientes importantes.
Santi aprovechó para preguntarle por el bebé, Huguito, por qué tenía las piernas así, raras, muy flaquitas y como quebradas.
-Es paralítico- explicó ella-. No puede caminar- y antes de que el niño preguntara la causa de dicha situación, agregó-. Está así desde que nació. Es algo natural.
-Ahh.
Y también contó que para que no se sintiera mal, para que no se sintiera diferente, ella y su marido les rompieron las piernas de atrás a los perros y a los conejos de la granja, que eran los animalitos con los que él jugaba.
-Porque en mi casa no hay desigualdad.
Y al hacer esta declaración, se mostró muy orgullosa.
-Pero vos no te rompiste las piernas a vos misma, tía.
-Ay, Santi, por favor, jijiji.
Le dio la espalda a su sobrino para buscar más papas en el cajón de las verduras y murmuró una sonrisa inocente.
Cristina era una madre maravillosa, pero no era ninguna pelotuda: ni ella ni su marido tenían las piernas rotas.
Pero eso estaba a punto de cambiar.
-Tía, ¿sabés qué combina muy bien con las papas?- a Santi se le había ocurrido una gran idea- El queso y la panceta.
La mujer dejó de cortar.
Lo encaró.
-¿Qué acabás de decir?- murmuró amenazante a la vez que daba pasitos breves hacia él- ¿Qué-acabás-de-de-cir?
"Pe pp pepp qq quu qq..." balbuceaba el menor.
La actitud de la tía había cambiado radicalmente. Tenía los ojos inyectados en sangre y el semblante de un verdugo: iba a castigarlo por la blasfemia que había pronunciado.
¡Plaf!
Le hizo sonar la mejilla de una bofetada. Temblaba y lo miraba tenso, estaba sopesando si el malcriado iba a necesitar otra más o no. Y en la otra mano todavía tenía el cuchillo con el cual pelaba las papas. Pero estaba tan alterada que ni se daba cuenta.
-¿Sabías que para hacer panceta hay que matar un pequeñito cerdito inocente?- gruñó y salpicó gotas de saliva sobre su sobrino- En esta casa no se come panceta. ¿Se entendió?
>>¡¿Se entendió?!
"Eh hh ee ec... Sss ssiss ss..." seguía balbuceando, no podía evitarlo, no podía articular, no podía...
Alcanzó a asentir con la cabeza.
-Entonces así mucho mejor. Sigamos cocinando- se dio vuelta y prosiguió con la preparación de las papas.
Balbuceos. Doce segundos de balbuceos más.
Cuando Santi pudo expresar algo mínimamente comprensible, se excusó para ir al baño, con la promesa de volver a ayudarla con la comida y el recordatorio imborrable de no volver a nombrarle la panceta nunca más.
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Tres personas que salvaron el mundo
Short StoryTres cuentos de humor negro sobre personas que salvaron el mundo: Santi, un chico con problemas a quien su madre lleva a la granja de sus tíos para curarlo, don Osvaldo, un jubilado que perdió a su hijo en una manifestación popular y Dante, un remis...