IX

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De entrada, había berenjenas al escabeche, cortadas en tiras. Los ajos del escabeche estaban enteros. Algunas berenjenas todavía tenían pedacitos de la cáscara. Buen detalle. Estaban suaves. Cristina explicó que no fueron hervidas en vinagre de manzana al cien por ciento, sino mitad vinagre y mitad agua. Santi tomó nota.

También, en otro plato había aceitunas y en otro, tomates cherry.

De acompañamiento, como no podía ser de otra manera, pan casero fresco con semillas.

Una cena así relajaba las tensiones y hacía olvidar a los comensales de los incidentes de más temprano.

El chico ya no le tenía miedo a su tía por el malentendido del sopapo. Casi ni lo recordaba, salvo cada tanto por el ardor, o al tocarse y sentir el relieve de la marca de la palma sobre la mejilla.

Ahora los dos estaban de buen humor y él aprovechaba para preguntarle cada detalle de los platos y aprender.

De platos principales, había tartas: una de zapallo y la otra de verdura.

Era una comida más sana que las que acostumbraban en casa. Posiblemente se debía a su enfermedad.

Bueno, si éste era el tratamiento, bienvenido sea.

Realmente el sabor era distinto, más fresco, más natural, más agradable. Su preparación no tenía nada de inusual. Sólo los ingredientes, se dijo a sí mismo Santi, que fueron cultivados en casa y recién cortados. Eso hacía toda la diferencia del mundo.

-Y también leí que los fiambres de campo son muy buenos. Son muy famosos. ¿Ustedes producen?

>>Tengo entendido que es muy común. En las granjas. Mucha gente... lo hace.

...

...

¿Por qué todos dejaron de comer y se quedaron petrificados?

Fue Fidel quien rompió el silencio.

-No todas las personas del campo somos iguales.

-Esos salvajes- dijo entre dientes su esposa.

-¿Salvajes?

-¡¡¡Salvajes!!! ¡Asesinos! ¡Desalmados! ¡Glotones! ¡Degenerados!

Santi no entendía lo que estaba sucediendo. Parecía una reacción parecida a la de la panceta. Sí, era eso. Los brazos le temblaban y tenía las manos en forma de puño cargadas de furia contenida. Pero nadie más habló ni mencionó estas comidas, por lo cual la mujer se fue tranquilizando.

El niño tomó nota mental de que a su tía no había que hablarle ni de panceta ni de fiambres.

Santi no sabía qué hacer y miró a su madre: Segunda intentaba disimularlo, pero estaba a punto de llorar.

De postre, ensalada de frutas.

Al igual que todo lo anterior, estuvo delicioso.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora