VIII

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EN LA IMAGINACIÓN DE SEGUNDA



Muchos años en el futuro...

Hoy Santiago cumple treinta y tres años.

Santiago Santino, un hombre muy querido en su comunidad rural de la provincia de Buenos Aires, a quien sus vecinos cariñosamente han llamado "El granjero feliz de Avellaneda", en mención a su ciudad de origen, va a tener una fiesta sorpresa.

La organizaron sus familiares y van a agasajarlo una vez que haya terminado con sus faenas diarias.

Todos colaboraron, incluso su esposa Jacinta, quien está embarazada de trillizos, otra vez.

Asistirán sus sesenta vecinos, los familiares de Jacinta, y por supuesto sus hijos Javier, Agustina, Laura, Margarita, Martín, Martina, Martincito, Mauro, Norma, Raúl, Roberto, Santiago Junior, Santiago Junior II, Valeria, Violeta, Vilma, Zulma, Zulema y los bebés Ricardito, Ramiro y Alfonsina (su abuela anotaba los nombres en un cuadernito porque siempre se olvidaba de alguno).

La celebración va a ser humilde, pero digna. Al atravesar la puerta de entrada, todos sus seres queridos van a gritar "¡Sorpresaaaaaa!" y después cantarán el "Feliz cumpleaños" y "Porque es un buen compañero" varias veces. Posteriormente él agradecerá y dirá unas palabras acordes a la ocasión.

La reunión va a durar hasta las diez de la noche como mucho, porque al día siguiente todos tienen que levantarse temprano para trabajar.

Van a contar anécdotas sobre Santi, como aquella en que él ayudó a una vaca con la cabeza atorada en un corral, o la vez que se le pinchó una rueda a su auto viejo y usado y lo tuvo que empujar hasta la granja y todavía sigue ahí, sin arreglar porque sale muy caro.

¿Se acuerdan de esa vez en que un zorrino pasó por la casa y orinó y dejó un olor insoportable que duró casi una semana? No podían encontrar de dónde provenía, por lo cual Santiago tuvo que limpiar toda la granja.

¿Y de cuando se le cayeron las uñas de tanto laburar en la huerta?

¿Y de cuando los caballos tuvieron diarrea?

Ufff...

Ésa sí que fue una historia inolvidable. Sobre todo para él, el hombre de la casa, que no tuvo la culpa de la indigestión de estos animales, pero tuvo que solucionar el problema para el bien de su familia. Como el olor era insoportable, cavó un pozo enorme, de casi cinco metros por uno de largo, por uno de profundidad, para enterrar todo ese excremento.

Y así se aplacó la pestilencia. Algo.

Después, en la zona del pozo tapado crecieron las lechugas más esplendorosas que hubo jamás en la granja. Claro, esa tierra quedó fertilizada para dos o tres generaciones.

Finalmente iban a cantar el cumpleaños feliz otra vez, con Santi en la cabecera de la mesa y un pan redondo en reemplazo de la torta de cumpleaños. En lugar de velitas, habrá un fósforo, porque las velitas cuestan mucha pero mucha plata.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora