IX

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-Como te contaba, estaba muy deprimido. Eso del cumpleaños... hubiera preferido mil veces que no me lo recordaran.

>>Salí de la comisaría y empecé a caminar sin rumbo. Parecía un zombi.

>>La verdad no tengo idea de cuánto tiempo habré estado caminando devastado. No tenía adónde ir... porque no tenía a nadie... snif, snif... y dondequiera que iba, todo el mundo tenía seres queridos con quienes compartir su día: las parejas de novios paseaban por las plazas, los amigos se juntaban en los bares, los cafés, los policías patrullaban las calles de a dos o a veces hasta de a cuatro...

>>Hasta los chorros tenían compañía: su familia, por supuesto, si tienen como nueve hijos cada uno, las mujeres de los chorros cuando nacen, nacen embarazadas para cobrar la asignación. Sin ofender, eh.

-No me ofende- aclaró el Johnny-. Yo tengo seis hijo', así que to' bien- y se acomodó la visera de la gorra.

-Entonces me di cuenta de que estaba caminando por el pasillo de un puente. Y pensé, penss pensé... en... pensé en... enn... SUICIDARME.

-¡Oh, no!

El más joven, sorprendido, se tapó la boca con las manos.

-Me acerqué al borde del puente, miré hacia abajo... Había otra manifestación ahí. ¡Cierto! Esos pensamientos de bronca me hicieron olvidar un poco de las ganas de suicidarme. Pero no del todo... Me acordé del noticiero, que habían dicho que la Agrupación de Hinchadas Unidas iba a hacer veinte piquetes simultáneos en todo el país, tanto en puentes como en avenidas y vías de tren y subte. Me acordé de mi hijo, de la ambulancia, de la gente que muere. Me acordé de que otra noticia, otro día, hace muchos años... un viejito en Navidad, estaba solo y para no pasar solo las fiestas cometió un crimen para que lo metieran preso. "Yo podría hacer lo mismo" pensé. Sí. Un crimen pequeñito, así como para estar apenas un día en una cárcel y al día siguiente preparar el bolso para el viaje. Un crimen, un crimen, qué crimen podía cometer...

>>Mmm, a ver... armas no tenía... qué podía hacer...

>>Como si fuera la señal de algún Dios o del destino, al lado de mi pie derecho había un cascote esperando ser pateado al precipicio.

>>Listo- me dije- y lo pateé.

Tres personas que salvaron el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora