Capítulo 2

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Un fuerte pitido invade mis oídos cuando despierto, dejándome aturdida por unos segundos

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Un fuerte pitido invade mis oídos cuando despierto, dejándome aturdida por unos segundos. La cabeza me duele como el infierno y algo está presionando con fuerza mi pierna, al punto de querer hacerme gritar y llorar como una niña. Abro los ojos despacio, porque es la única manera en la que puedo hacerlo dadas las circunstancias, y parpadeo varias veces antes de poder enfocar correctamente.

—Niña, casi me matas del susto.

Mi mirada se posa en una mujer que me observa desde arriba, de cabello rubio cenizo que necesita con urgencia un colorista de calidad y ojos color celeste cielo. Tiene en su mano un bastón de madera oscura que clava con fuerza contra mi piel. Diablos, señora.

La reconozco sin dificultad, aunque hay días en que desearía no hacerlo. Es la vecina de Gertrudis que nos visita cada mañana para vendernos objetos sin valor y de mala calidad; objetos que acompaña de historias falsas sobre su primo que era conde de un país desconocido. Si dedicara su tiempo a escribir esas mentiras y no a querer vendernos baratijas, podría tener muchísimo dinero.

Me pongo de pie con dificultad porque me duele todo el cuerpo y estoy considerando escaparme al hospital. Llevo la mano a mi cabeza y hago una mueca cuando toco la zona sensible. Auch. Mañana tendré un monte del tamaño de un huevo, ingresaré al libro Guinness como la mujer del huevo en la cabeza. Quizás me haga famosa después de todo, si no me muero antes por una contusión.

—¿Te encuentras bien?

Apoyo mi codo contra el escritorio para recuperarme del susto y mantener el equilibrio. A este paso, no llegaré a los treinta.

—Sí, no desayuné y se me ha bajado el azúcar.

No es una mentira, pero tampoco es la pura verdad. ¿Cómo explicarle a la señora García que me desmayé porque creo haber visto un demonio? ¿O era un fantasma? Aunque pensándolo bien quizás debería contárselo para que deje de venir tan seguido.

—Creo que tengo un caramelo por aquí.

Revisa los bolsillos de su cárdigan tejido y, al no encontrar lo que busca, abre su bolso para luego escarbar entre las profundidades y, finalmente, dar con un dulce de dudosa procedencia que se ve pegajoso y viejo. Lo extiende en mi dirección.

—Gracias —digo porque, a pesar de que su regalito tenga feo aspecto y que no pienso comerlo, su gesto es bueno.

En tanto desvía la mirada, hago una mueca de asco y lo arrojo al tachito de basura. No quiero morir a causa de un caramelo que vaya a saber Dios de dónde ha salido.

—¿Puedo ayudarla en algo, señora García?

De pronto, su rostro se ilumina al recordar la razón de su visita y una sonrisa ocupa sus labios pintados con un suave rosado.

—Sí, me gustaría vender el reloj de mi difunto marido. Que en paz descanse —añade y se persigna tres veces seguidas a la velocidad de la luz—. Fue un obsequio de mi primo el duque, es un reloj francés muy caro.

Deseos imposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora